martes, 10 de enero de 2012

Ruidos.


Hay alguien en mi pieza.

Además de yo mismo,
por supuesto.

Escribo para ahuyentarlo,
para decirle que no insista
y que descanse en paz.

Ese alguien se ahorcó,
pero además una vez
se quemó un brazo,
y no sé qué tengo que ver yo
con ese asunto.

Me mira tras la ventana,
y luego me toca un hombro,
pero yo no sé qué quiere
y no lo voy a preguntar.

Yo no soy de los tuyos,
le digo,
pero él me habla de una niña
que he visto también
en otros lados…

Yo no quiero entender,
pero él insiste,
pues creo que esa niña
leerá este texto
y sabrá entonces
que algo debe hacer
con todo esto.

Luego aumentan los ruidos.

Incluso una de las repisas
de la biblioteca,
está en este momento
tambaleándose.

Me gustaría decir más,
pero no puedo.

Borro incluso,
la entrada de hoy,
para escribir estas palabras.

Será como un paréntesis,
me digo.

Entonces,
por el reflejo que veo
en la pantalla de la tv,
me percato que yo mismo
soy el ahorcado.

Nadie más
está en la habitación.

Con todo,
los ruidos aumentan
y mi voz, incuso,
es parte de esos ruidos.

¡No des explicaciones
y termina este texto!
me dice entonces
esa voz,
buscando una salida rápida.

Y claro,
yo le hago caso,
como a nadie.

Luego borro otras cuantas
de las líneas ya escritas…
y dejo sin finalizar
-y lleno de fallas-
este escrito.

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