martes, 14 de febrero de 2012

Es tan estúpido que avergüenza.


Es tan estúpido que avergüenza. Y avergüenza porque revela un aspecto interior que puede considerarse absurdo. Aunque claro, ya por ser interior podría señalarse incluso que es absurdo: absurdo porque no es visto, porque no sabemos si es y porque no tenemos pruebas.

El hecho en sí es que me ofrecen una casa. Una al borde de un lago para un par de meses que quiero tomarme este año para ver si finalizo un proyecto de escritura. No te preocupes de nada, me dicen. Tenemos leña, un pequeño invernadero y solo tienes que ocuparte de escribir.

Luego me explican que de todas formas –si no me agrada la leña-, hay un sistema de calefacción central, y que un cuidador viene una vez por semana para visualizar cualquier desperfecto.

Además, me dicen, hay una bodega abajo repleta de comida e incluso una guarda de vinos a la que puedo recurrir sin problemas.

-¿Y cuál es el truco? –pregunto.

Ellos ríen y dicen que no hay engaño, que puedo ir y conocer el lugar y me pasan las llaves que están unidas a una foto de ellos arriba de un velero.

Por cierto, ellos son una pareja que conocí de casualidad, hace un par de años, y que me recibieron hoy, justo a un día de terminar mis vacaciones donde debía encontrar un lugar para terminar el proyecto que mencionaba.

Cómo sea, el punto es que fui al lugar, donde todo resultó ser aún más completo de lo que decían. Piscina temperada, un pequeño sauna y hasta un jardín abierto al interior de la casa.

Y claro, es entonces cuando viene ese aspecto absurdo que avergüenza. Ese aspecto propio, por supuesto. Una parte de mí que se niega a esas cosas demasiado fáciles, y que las encuentra falsas.

Y es que todo aquel lugar, y hasta la pareja que lo ofrecía de esa forma desinteresada, vienen a ser parte de una vida en que no creo… y que no sé apreciar en lo más mínimo.

Podría decir más al respecto, pero lo crean o no es algo que avergüenza. Sobre todo porque no es algo que siento limpio. Es decir, no nace de una visión clara de la que siento que es la vida ni de una declaración de principios establecida de antemano. De hecho, todo sucedo de una forma diametralmente opuesta, brotando de un momento a otro como una náusea sin un origen determinado, y que me lleva sin darme cuenta a juzgar la vida de otros… y a no creer en ella.

¿Qué les digo a ellos, entonces…? ¿Cómo les explico la situación sin atacar la forma en que ellos viven?

¿Les pido disculpas?

¿Les agradezco, pero les cuento que suelo ser un poco amargo y que no sé aceptar aquello que se brinda demasiado fácil…?

No.

Mejor no.

Mejor ser sincero y hablar desde mi náusea. Porque absurda o no esa náusea está en mi interior y me pertenece. Y quizá hasta yo le pertenezca a ella.

Les devuelvo sus llaves porque su vida es tibia y me da náuseas. No creo en su felicidad que se yergue sobre la vida del jardinero, el cuidador y sus empleadas. No creo en sus sonrisas ni en sus dientes blancos ni en su cristianismo según conveniencias. No creo en su forma de amar, ni de vivir ni de ayudar a los otros.

Y es que quizá me equivoque y tome nuevamente un camino equivocado. Pero quiero caminos y no estaciones disfrazadas de caminos.

Y claro, sé que me contradigo y a veces todo parece estúpido... Tan estúpido que avergüenza, como les decía. Pero lo que me avergüenza es mío, y está en mi interior y hasta vale más que todo aquello que superficialmente no debiera avergonzarme.

En resumen: aquí les dejo sus llaves y estas palabras y un abrazo.

Disculpen si esto hiere de alguna forma, pero es mi forma de querer, simplemente.

Con todo, supongo que ustedes deben saber más sobre la verdad de sus vidas, de lo que yo pueda decirles.

Espero, sinceramente, que eso sea así.

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