domingo, 5 de febrero de 2012

Una máquina en medio de un bosque.


Llueve desde hace una hora,
ha comenzado a oscurecer
y yo encuentro una máquina
en medio de un bosque.

No es un hecho maravilloso,
claro está,
solo es una máquina
que hace un sonido suave
en medio de los árboles,
como si marcase de esa forma
el centro secreto
de algún sitio.

Por otro lado,
no sé que hace ahí
ni me atrevo a preguntar,
pues es como indagar
sobre el interior de alguien,
me digo.

Entonces,
miro la máquina y pienso
que ella lo sabe
-sabe que es el centro, me refiero-,
y sabe también que los otros
desconocen su importancia.

Ellos van a las iglesias,
debe pensar la máquina,
ellos vuelven con sus familias
y veneran en el fondo
el corazón equivocado.

Con todo,
la máquina sigue funcionando
en medio del bosque,
constante igual que el hombre
que busca avanzar
hasta que flaquean sus piernas,
o como la madre que envejece
alegrándose y temblando
ante la simple visita
de sus hijos.

Y es que el corazón de las cosas,
me digo,
-de existir-,
probablemente ha de hacerlo
como esta máquina.

Nadie la ve, realmente,
y nadie conoce,
a ciencia cierta,
su funcionamiento.

Así,
finalmente,
nada digo
cuando regreso al pueblo.

Me seco junto al fuego.

Todos callan.

Pero ellos saben
que la he visto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Seguidores

Archivo del blog

Datos personales