viernes, 23 de marzo de 2012

El brazo izquierdo de la baronesa Strackham y la cabeza parlante de Silvestre II.


I.

No sé bien de qué va esto.

Es decir, desde dos lugares totalmente distintos, me llega una pequeña propuesta para escribir, también, un par de textos.

El primero, debe acompañar un pequeño catálogo para un museo de Grenoble, mientras que el segundo, consiste en crear la letra de una canción que haga referencia a la cabeza parlante de Silvestre II.

No son cosa importante, sin embargo… no crean. El museo de Grenoble es apenas más grande que una casa, y la letra de la canción es para el grupo de un amigo cuyo recital más exitoso no alcanzó a congregar más de 40 personas.

Con todo, no son esas las razones que me llevan a no contestar aquellas invitaciones.

Y es que acaba de terminar una semana de trabajo docente de 48 horas, y debo tener unas doscientas pruebas que revisar y otras tantas que diseñar, para la próxima semana.

Por otro lado, me pregunto a quién le puede interesar una exposición donde el objeto central sea el brazo izquierdo de la baronesa Strackham, o quién reparará en la letra de un canción que se refiere a un artefacto que tuvo un papa ya olvidado, hace más de 1000 años.

Y claro, es entonces cuando pongo las cosas en la balanza y comienzo a revisar las pruebas.

Así, mientras avanzo en la revisión -a razón de una prueba cada 10 minutos-, sucede que en mi mente se hace cada vez más interesante el brazo aquel de la baronesa. Tanto así que dejo la revisión y me pongo a investigar sobre el asunto.


II. El brazo izquierdo de la baronesa Strackham.

La baronesa Strackham tenía dos brazos. Uno izquierdo y otro derecho. Pero sucedió que un día su brazo izquierdo fue arrancado de cuajo, desde el hombro. Y el brazo derecho comenzó a sentirse cada vez más solo, desde entonces.

Fue por eso que la baronesa pidió que le hicieran un brazo metálico. Una prótesis sofisticada y de las primeras en su especie. Llena de mecanismos internos y una apariencia tan majestuosa, que pronto fue envidia de todos aquellos que tenían aún dos brazos iguales, aunque muy poca valentía –y recursos-, como para seguir los pasos de la baronesa.

Así, sucedió que el brazo nuevo de la baronesa comenzó a hacerse cada vez más célebre, destronando incluso a la misma baronesa, quien parecía envejecer cada vez más deprisa.

De esta forma, avergonzada de su propio deterioro –pero consciente de la majestuosidad de su brazo izquierdo-, la baronesa comenzó a excusarse de asistir a algunas ceremonias y fiestas de la nobleza. Aunque claro, se acostumbró a enviar en representación suya, al imponente brazo metálico.

Por esto, el creador del brazo metálico –Jean Frederic Leschott-, se vio obligado a agregarle cada vez nuevas piezas, que permitieran al brazo independizarse de su dueña, y saludar o despedirse, por voluntad propia.

Por último, la baronesa y su brazo derecho –apocado y envejecido-, terminaron por morir, en una cama de palacio.

Pocos asistieron al entierro, según se cuenta. Sin embargo, sobre el ataúd –y sujetando un ramo de flores-, estaba el brazo metálico de la baronesa, expuesto hoy en un pequeño museo de Grenoble, como un símbolo que nadie entiende, ni se interesa en comprender.


III. La cabeza parlante del papa Silvestre II.

Dicen que tenía pacto con el diablo, Silvestre II. Todo porque había estudiado con árabes y druidas y gozaba, entre otras cosas, de una cabeza parlante que le contestaba sí o no, a cada una de sus preguntas.

Parece mentira, pero es cierto. Si hasta la iglesia debió salir a defender a don Silvestre diciendo que la cabeza era un importante adelanto mecánico y adjuntando unos ingenuos planos del diseño en algunas publicaciones que, tras varios siglos, intentaron reparar la mancillada biografía del pontífice.

Y es que no fueron siempre acertadas las respuestas de la cabeza parlante, por lo que el sacerdote, terminó incluso pidiendo ser cortado en trozos, tras su muerte, por recomendación de aquella misma "maquinaria".

Lo extraño de esto, sin embargo, es que a pesar de lo ligado a la leyenda que pueda parecernos esta historia, la cabeza se encuentra funcionando hasta el día de hoy… sin que su mecanismo interno haya sido plenamente investigado, hasta ahora.


IV.

Como les decía. No escribí el texto para el museo ni terminé haciendo la letra de la canción, que mencionaba en un inicio.

En cambio, apuré estas palabras para la entrada de hoy, y revisé un total de 8, de 200 pruebas.

Por otra parte, como no tengo un brazo mecánico ni cabeza parlante alguna para que algo de mi permanezca, supongo que tendré que aceptar el envejecimiento y el desgaste y asumir yo mismo, el coste de lo que será algún día, mi propio término.

¿Es necesario que vuelva a decirles, entonces, que no sé realmente de qué va esto…?

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