martes, 6 de marzo de 2012

Viankenstein, o el Prometeo postmoderno.

"Pero ahora soy un árbol quemado,
el rayo me ha llegado al corazón..."
V. Frankenstein


No hay dónde llevar el fuego.

Es decir,
si dependiera de mí
quemaría a unos cuántos,
pero lo cierto es que no prenden.

Lipovetski es pura ceniza.

Lyotard es pura ceniza.

Vattimo nunca estuvo vivo.

Además,
todo parece estar hecho
de materiales no inflamables.

Y es que hasta el espíritu del hombre
ha sido despojado
de todo elemento combustible.

Así,
resulta que he creado un ser…
no está tan mal... claro,
pero para ser sincero,
hay algo que no cuaja.

Es decir:
no se rebela,
acepta sus condiciones,
y solo pide que no lo molesten
mientras navega en internet
o ve televisión satelital.

Este fin de semana, por ejemplo,
pasó 48 horas seguidas
viendo un especial de Bob Esponja.

Con todo,
se muestra considerado
y dice que no me preocupe,
que él verá cómo se las arregla
si lo dejo vivo,
o que decida yo un desenlace distinto
si así me apetece.

Intenté que saliera.

Lo impulsé a que conociera el mundo.

Que se enamorara de una chica, o de alguien…

Pero todo fue en vano.

“¿No te sientes engañado?”,
le pregunté hace unos días.

“¿No sientes algún tipo de odio
o deseo de venganza
por tu extraña condición?”



Pero él se queda en silencio.

Y claro…
es entonces cuando lo miro
y pienso si sirve de algo destruirlo…
o prenderle fuego…
o volver simplemente
a cortarlo en pedacitos…

“¿Sabes en qué pienso…?”
le confesé esa vez,

“pienso en si debo prenderte fuego a ti,
a mí,
o al mundo entero…”

Entonces, mínimamente,
él se voltea
y me dice que no tiene miedo,
pues el fuego,
agrega,
aún no está presente
entre nosotros.


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