miércoles, 18 de abril de 2012

No llegar a casa.



Puedo no llegar a casa. No hay problema, con eso. No cocinar y pedir una pizza. Es más: puedo incluso no comerla. Es decir, pedirla y no comerla, aunque eso sería estúpido, claro.

Nadie me espera, después de todo. Nadie verá la pizza en la caja y posteriormente en la basura, o simplemente pudriéndose, sobre la mesa.

Por cierto: ¿han visto cajas y cajas de pizza vacías por la mañana?

Pues yo sí, y siento que es una de las imágenes más tristes que he visto.

Puede parecer exagerado, lo admito, sobre todo cuando uno mismo ha trabajado con niños abandonados, o hasta con gente con enfermedades terminales… pero las cajas de pizza parecen tener algo especial… una tristeza que es también desazón… desesperanza incluso, si las escuchamos.

“Nada va a cambiar”, parecen decirte.

Y es que recuerdo que a mí me gustaba jugar a escucharlas cuando trabajaba de conserje.

Todo porque debía retirarlas de cada piso, por las mañanas y tenía poco que hacer y a veces no encontrabas nada mejor que hablar con ellas.

Yo las bajaba hasta el sector de las cosas reciclables y las miraba. Era casi como recoger restos en una clínica abortiva.

Y es que las cajas parecían demostrar que este era simplemente un día más, uno como cualquier otro.

Fue así que un día me pillaron llorando junto a las cajas.

Nadie me dijo nada, pero a la semana siguiente alguien me hizo un comentario. Y hasta me subieron el sueldo.

Pero claro, el dinero siempre me ha importado una mierda.

De hecho, no trabajaba ahí por eso.

Ahora que lo pienso, podría incluso decir que trabajaba ahí simplemente porque no me gustaba volver a casa.

Y claro, nadie me esperaba tampoco en ella, en ese entonces.

A veces, pienso que es mejor que sea así, y me demoro con amigos, o caminando, o simplemente metiéndome a algún lado a improvisar una conversación con otros.

Pero claro… también hay otras veces.

Y hoy no quiero hablar de aquello.

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