jueves, 10 de mayo de 2012

Tortúreme usted.



Era una nariz por la que no pasaba el aire.

Era un desesperado que no grita.

Era un hombre con un dolor inexplicable en las sienes.

Era alguien intentando escribir unas palabras en medio de la noche.

¿Pero sabe…?

Mejor olvídese de aquello, y tortúreme usted.

Tenga confianza, excédase.

Diga mejor que era yo un hombre contradictorio.

Alguien que no valía la pena.

Uno que lo enfureció con su sola presencia.

Y que no entendió.

Con todo,
hay que aceptar que esta acción
se enmarca dentro de algo que bien podríamos llamar
un proyecto;
es decir,
una ampliación del sistema de conocimientos
y de la comprensión del elementos humano
presente en cada uno de nosotros.

Por lo mismo,
esto debe entenderse bien:
torturado y no torturador
es lo que pido.

Y se lo pido humildemente,
rogando por el conocimiento
y por la comprensión de aquello
que me fue negado.

Y sí,
quizá después de la tortura
desee uno, en cierta forma,
pasar a probar brevemente
el rol de torturador,
con el fin último, claro,
de convertir al otro
en mi prójimo
y amarlo así,
posteriormente,
como Dios nos ha encomendado.

Por lo mismo,
no tengo más que pedirlo nuevamente:
tortúreme usted.

Y claro,
acabo de dar a usted, de paso,
la excusa de una entrada mediocre,
para que pueda hacer aquello que le pedí
sin problema alguno
y sin sentir remordimientos.

Y es que era un hombre, en definitiva,
que quería aprender del dolor humano .

Un hombre con un dolor extraño en las sienes
y que apenas podía escribir
una cuantas palabras mal conectadas.

Era un hombre, decía,
en definitiva,
similar a una nariz por la que no pasaba el aire.

¡Pero bueno…!

Creo que ya dije eso,
anteriormente…

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