domingo, 9 de septiembre de 2012

El señor y la señora Pacman.




-Es toda una tragedia ser un Pacman –dice el señor Pacman-. Sobre todo cuando uno no se da cuenta.

-Y él nunca se da cuenta de nada –agrega la señora Pacman, interrumpiendo.

Yo los miro y comprendo que la situación es tensa, y que debo escucharlos con serenidad, si quiero sacar algo en limpio.

-¿Podrían explicarme…? -les pregunto.

-Lo intentaré –dice él-. Pero es muy probable que volvamos a lo mismo nuevamente, espero me disculpe…

-Siempre se disculpa de todo –comenta la señora.

-Pues verá -sigue él, ignorándola-, podría decirse que todo estaba bien hasta cierto punto… No podría precisar cuándo lo cruzamos, pero lo cierto es que solo entonces fuimos conscientes de lo terrible de nuestra situación…

-¿Se refiere a ser perseguido por fantasmas? –pregunté.

-No –dice él-. Ser perseguidos por fantasmas era más bien lo que daba sentido a nuestra vida, yo me refiero a…

-¡Claro…! –interrumpe nuevamente la señora Pacman-. ¡Eso es lo único que daba sentido a tu vida…! ¡¿Y lo nuestro qué…?!

-Lo nuestro era ser perseguidos por fantasmas… era lo que hacíamos juntos –explica él-. Me refiero a que eso dejaba poco tiempo para plantearse otras cosas… la vida es fácil así… aunque trágica.

-¿Por qué trágica? –pregunto yo.

-¡Él dice que es trágica porque a él nunca le basté yo, ni los fantasmas… y todo eso del sentido es un embuste…! –lanza ella.

El señor Pacman me mira con un gesto cansado, y continúa.

-Digo que es trágica porque no sabíamos el fondo de todo eso… Es decir, no sabíamos que los fantasmas no eran realmente un riesgo…

-¿No eran peligrosos los fantasmas? –pregunté.

-No… -dice él-. O sea, son peligrosos cuando no sabes que no lo son… te impiden ver bien por dónde vas, no dejan que tu meta sea otra que arrancar de ellos…

-Yo tenía otras metas –dice entonces la señora Pacman- No me incluyas en tus razones...

-¿Cuáles eran esas metas…? –le pregunté a ella.

-Metas… Objetivos… -me contesta-. Cocinar algo rico con las frutas, fortalecernos los dos, tener hijos…

-¿Tener hijos cuando damos vueltas huyendo de fantasmas? –increpa él.

-Al menos es ejercicio –responde ella.

Luego, nos quedamos un rato en silencio, hasta que el señor Pacman vuelve a tomar la palabra.

-Quise huir de todo eso… lo reconozco. Y es que así, sin fantasmas que hagan daño y sin un camino claro que seguir, decidí un día hacer mis maletas y largarme…

-¡Y no me dijo nada! –agregó ella, sollozando.

-También era por ti –le dice él-. Tú también tenías que encontrar tu camino…

La señora Pacman no responde.

-¿Sabe? –continúa el señor Pacman-. Lo intenté varias veces, pero fue entonces que descubrí que tras irme por una puerta de aquella casa, volvía siempre a entrar por el sitio contrario…

-¿Se refiere a que volvía a casa inmediatamente? –consulté.

-Ni siquiera volvía –explica él-. Intentaba salir por un costado pero terminaba entrando por otro…

-Y lo peor era que ni me reconocía… -murmura la señora Pacman.

-No es eso –continúa él, nervioso-. Lo que pasa es que pensaba siempre haber llegado a otro sitio… otra casa, otra mujer… ¡yo pensaba que así era el mundo…! Solo con el tiempo me di cuenta que llegaba donde mismo…

Entonces, sorprendiéndome por la rapidez del cambio, el señor Pacman se puso a llorar amargamente, cabizbajo.

Sus lágrimas caían por el rostro amarillo y la señora Pacman buscaba calmarlo con unas pastillas blancas que sacó de su cartera.

-Solo eso nos mantiene en pie –me explicó entonces la señora.

Segundos después, el señor Pacman parecía repuesto y volvía a tomar las manos de su mujer, quien también, por cierto, tomó unas cuantas pastillas.

-¡Qué tonto soy! –me dijo entonces, sonriendo-. Una tragedia no puede seguir siendo trágica cuando se repite todo el tiempo…

-Ves… yo te lo decía –agregó la señora Pacman, tomándolo del brazo.

Así, juntos, el señor y la señora Pacman se despidieron entonces deseándome una buena semana.

-Si quiere le dejo unas pastillas –fue lo último que dijeron los Pacman, antes de irse.

-No las necesito –les mentí y me despedí de ellos estrechándole las manos.

Luego siguieron su camino.

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