jueves, 13 de septiembre de 2012

Vian Monogatari.


Son impresiones, piensa Vian. Magníficas impresiones, si se quiere, pero solo eso. Vestidos de seda, costumbres, discreciones. Mentiras sutiles, incluso. No necesarias. Seriedad, miradas bajas, leves inclinaciones. La vida también puede perderse de esa forma. Escuchándolas, me refiero. Poemas breves. Belleza fácil. Nunca distinguir si es un bebé, o algún muñeco, lo que tienen entre los brazos. Así, nadie ve las manchas. Y es que la verdadera suciedad es blanca, y suave, y armoniosa. Son impresiones, es cierto, pero en ocasiones, una de ellas permanece en la superficie. Como un muerto. Entonces, el sonido del koto te embriaga y a veces cedes. El corazón cede, me refiero. Y es que la clave es simplemente lavar los cadáveres, te dicen. Que no hiedan. Vestirlos con las más finas prendas. Esa es la clave. Acercarlos al corazón. Amarlos, incluso -te dicen-, porque es más fácil de esa forma. Cubrirlos de nieve. Contemplar la superficie. Nada de nervios, nada de músculos, nada de angustias. Nada cierto, en definitiva. Así, caminar para dibujar huellas, para admirar huellas, simplemente. Esas son las consignas. Sujetar una mano delicada. Agradecer al tiempo. Llorar y sonreír el tiempo exacto. Amar el tiempo exacto. Extrañar el tiempo exacto. Piel suave. Aromas agradables. Engañar al corazón de una manera benigna. Nada es grave. Nada es definitivo. Por las venas de la mujer más hermosa, descubrir que fluye jugo de frutilla. Llenar de perfumes, el vacío. Por eso son impresiones, piensa Vian. Flores de papel. Maquillaje. Formas delicadas de morir. De olvidar la sangre. De cubrirnos de nieve. De caer blandito.

No me dieron los ojos, para eso.

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