sábado, 6 de octubre de 2012

Somos pequeñitos y simpáticos.

“Sin embargo, la victoria te desconcierta”.
Margaret Atwood.


Poco antes de llegar a casa comenzó el apagón.

De hecho, estaba apenas a un par de calles cuando noté que las luces se apagaban y la gente se asomaba desde sus casas para ver qué sucedía.

-¿A usted también se le cortó la luz, vecina?

-Sí, parece que fue grande...

-¿Llamó a la compañía?

-Dos veces… pero sonaba ocupado…

-Voy a llamar yo también para ver si resulta…

Y claro. Se escuchaban otros diálogos similares y la gente se movía como si lo ocurrido hubiese sido realmente un gran acontecimiento.

-Al menos funcionan los teléfonos…

-Sí, voy a llamar al tiro a la Maca, por si después colapsan.

-Sí, yo también, para quedar tranquila…

Así, entre ese tipo de comentarios, peticiones de velas y luces de celulares llegué hasta la casa.

No es gran cosa, pensaba, mientras abría la puerta.

Sin embargo, fue entonces que, debido a la costumbre, apreté el interruptor de la luz del living.

Y la luz encendió.

Es decir, no es que la luz haya regresado en general, sino que la luz encendió en mi casa, como si esta hubiese sido ajena al problema que aquejaba a los otros vecinos.

Probé entonces con los aparatos eléctricos y no encontré ninguna falla.

Todo funcionaba como siempre.

Afuera, sin embargo, todo seguía a oscuras, sin señal de que la luz estuviese regresando.

Es como estar en vitrina, pensé, mientras algunos vecinos comenzaban a mirar, desde lejos.

Yo, en tanto, intenté hacer como si nada especial sucediese. Calenté un trozo de pizza en el microondas y saqué una cerveza helada del refrigerador.

Sería estúpido cambiar solo porque no hay energía eléctrica allá afuera, me dije.

Y claro, puede que no sepa explicar lo que sucede, pero es mejor seguir con lo de siempre, con las repeticiones de siempre… pensaba. Después de todo, son las repeticiones que fija la vida… ¿o hay alguien que coma, duerma y hasta ame, solo una vez...?

Encendí entonces la televisión.

Regué mis bonsáis.

Puse un disco de Dvorak.

Y seguí hablando conmigo mismo.

No debo sentirme culpable... Tener luz no significa que deba hacer una vida mejor que los otros… o que lleve ventaja... ¿Qué quieren que haga? ¿Que cambie el mundo porque tengo luz…? ¿Qué apague la tele porque resulta banal…? ¿Que escriba, aprovechando la luz, un manual para alcanzar la felicidad…?

Abrí luego otra cerveza.

Caminé por la casa.

Me sentí observado.

Por eso, con cuidado, me acerqué hasta una ventana y comprobé que un gran número de personas miraban hacia la casa, mientras parecían comentar algo.

Estaba intranquilo.

No es que pensara que fueran a hacer algún daño, pero lo cierto es que me sentía extrañamente responsable… como si mis acciones, por el solo hecho de tener luz, pudiesen ser juzgadas por todos ellos…

Así, con una sensación extraña, decidí mejor salir al patio y apagar las luces.

Incluso –aunque no sé bien por qué razón-, desenchufé el refrigerador y los otros artefactos eléctricos, antes de salir.

Luego me tendí de espaldas, bajo el cielo.

Me percaté entonces que en la oscuridad, las estrellas se veían mucho mejor que en las noches habituales.

Pasó el tiempo.

Somos pequeñitos y simpáticos, concluí, mientras miraba.

Lamentablemente, yo sabía que parte de ese comentario, no era cierto en lo absoluto.

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