miércoles, 21 de noviembre de 2012

Emilio defiende sus amígdalas.


I.

Cansada de las continuas amigdalitis que sufre su hijo, la madre de Emilio decide operarlo para extirparle las amígdalas.

Esto, obviamente, guiada por el doctor de cabecera que su hijo ha tenido desde los cuatro años.

De hecho, fue el mismo doctor quien le explicó a Emilio sobre la pequeña operación a la que deberá someterse, descartando además cualquier tipo de complicaciones.

-Ya estás grande, Emilio –le dijo el doctor-. Además no necesitas tus amígdalas… ¿no creo que las vayas a extrañar, cierto…?

Y claro, Emilio tuvo que aceptar la decisión, pues plantear que no quería operarse resultaba equivalente a aceptar que extrañaría sus amígdalas… lo cuál era sin duda una idea absurda, pensaba Emilio… ¿o no…?

Así, en medio de extrañas sensaciones e ideas algo descabelladas, Emilio se atrevió a preguntarse algo que le pareció crucial:

¿Se pueden extrañar las amígdalas?


II.

Fue por esos días que noté a Emilio algo extraño en clases. Daba la impresión de estar enfermo y esforzándose además, por resolver algo.

Así, tras unas preguntas y evasivas, Emilio terminó reconociendo que estaba pensando en algo más, aunque o me lo planteó directamente.

-¿Le puedo hacer una pregunta, profe... pero nada que ver con la clase…? –me dijo.

Yo asentí.

-¿Se pueden extrañar las amígdalas? –agregó entonces.

-¿Qué…?

-Si acaso es correcto extrañar las amígdalas… -intentó explicar-. No querer que te las saquen…

-¿Te da miedo la operación? –le pregunté.

-No -me dijo-. Pero siento que después me va a faltar algo… y voy a extrañarlas.

Yo pensé entonces qué responderle.


III.

Durante esa misma conversación, Emilio me contó de sus continuas enfermedades, de la decisión de su madre, y hasta de la conversación que había tenido con el doctor, respecto a la extirpación de sus amígdalas.

-Me gustaría que se mejoren, no que me las saquen –concluyó, algo risueño.

De esta forma, escuchando hablar a Emilio –un estudiante que por lo general tiene bastantes problemas disciplinarios-, comencé a entender que en el fondo son bastante sencillas algunas ideas que se relacionan con la superación del dolor.

-¿Pero acaso no es incómodo o hasta doloroso cuando te enfermas? –le pregunté.

-Sí –aceptó-, pero es distinto que se te pase algo porque te mejoras, a que dejes de sentirlo porque te lo saquen…

Emilio tenía en ese momento una actitud seria, como si estuviese diciendo una verdad incuestionable.

Yo pensé que así era.


IV.

-Debe ser lindo extrañar las amígdalas –le dije finalmente a Emilio-. Extrañar algo que algún día fue parte de nosotros aunque su función, quizá, no haya sido del todo indispensable…

-No le entiendo, profe –confesó.

-Me refiero a que es valioso sentir que algo es parte de nosotros… querer que se mejore…

-¿No estoy loco entonces si extraño mis amígdalas?

-No, no creo que lo estés -le dije.

El pareció aliviarse.

-¿Y podría usted ayudarme a hablar con mi mamá para que no me las saquen? –se atrevió a preguntar entonces.

Yo asentí.

Así, finalmente –y de no haber novedades-, mañana tendremos entrevista. Los tres.

Emilio es un chico valiente, partiré diciéndole a su madre.

Luego veremos qué pasa.

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