miércoles, 7 de noviembre de 2012

La luna debe tener olor.



No es un disparate: la luna debe tener olor.

Algo así como tierra mojada, me imagino.

Un olor fresquito y de cosa naciendo.

¿Lo habrá descrito Armstrong…?


Lo pregunto no por jugar, sino porque verdaderamente lo siento importante.

El olor, la textura, los latidos de algo, me refiero.

Aunque claro… diciéndolo así, siento que estoy hablando simplemente de una misma cosa.


Yo mismo, por ejemplo, distingo fácilmente el olor de mis bonsáis.


Hay uno que está seco, incluso, hace mucho, pero su olor sigue siendo a cosa viva.

Y yo lo riego.


Y es que siempre he sentido vivos, los olores.

Y siempre evocan en mí, algo que revive.

Algo tan específico y puro que me lleva a dudar, incluso, de mis propias experiencias.


Suelo soñar, por ejemplo, con el olor de una jirafa recién nacida.

Y reconozco también, el aroma de un tigre, cuando ha dejado de sentirse amenazado.


Estos son olores reales, sin embargo, no metáforas.

Nunca he puesto eso en duda.

De hecho, a veces pienso que los aromas son en realidad las cosas mismas.


Me refiero a que la luna, quizá, sea realmente la sombra del olor a luna.

O que aquellos que amamos, sean realmente un aroma que guardamos, sin saberlo.


¡Qué cursi suena lo verdadero…!


¿Tendrá olor lo verdadero?



Mi hijo tiene olor a lluvia sobre un durazno y un manzano.


Yo tengo olor a avena.

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