martes, 13 de noviembre de 2012

No soy un sádico.

“Creo que estoy intentando tener la cabeza
tan vacía como la tenía cuando vine a
este mundo hace unos cuantos años”.
K. V.


No soy un sádico pero debo confesar que he estudiado en detalle distintas formas de tortura que han existido durante la historia de la humanidad.

Así, resulta que tengo un gran número de imágenes de máquinas y sistemas que han servido para dañar y asesinar hombres, almacenadas en una biblioteca donde también se conserva una mínima parte de las obras escritas por fe en la humanidad. Y hasta por amor a ella.

Y claro, supongo que el nudo en mi interior es fruto de esta contradicción.

Hoy mismo, por ejemplo, he sacado de uno de los libros más hermosos que poseo, un recorte que hace alusión al funcionamiento del llamado toro de phalaris, del que a continuación les cuento.

Este toro, de hierro, era un instrumento de tortura que consistía en una gran figura hueca –con forma de toro, obviamente-, en cuyo interior se introducía un hombre por una estrecha puerta, que luego era sellada quedando como una única abertura la boca del animal.

Luego –y en esto difieren algunos historiadores-, el toro era puesto al fuego hasta dar muerte al hombre encerrado en su interior, cuyos gemidos, salían desde la boca del toro, como si este mismo los estuviese produciendo.

Ahora bien... Más allá de nombrar a Heliogábalo, como el creador no reconocido del posterior toro de phalaris, encuentro en las referencias a este emperador algunas frases que permiten acercarnos, de cierta forma, a la naturaleza de ese toro.

Y es que el hombre, dirá Heliogábalo –según cuenta Herodiano-, parece también existir dentro de una cárcel que lo corrompe a medida que aumenta sus experiencias…

“Y si el cuerpo no vence y lo acalla, ese hombre grita”,

Concluirá el antedicho emperador.


¿A dónde quiero llegar con esto…?

Pues sinceramente no lo sé muy bien…

Solo sé que ya bastantes veces he dudado sobre si botar o no esos textos de torturas, pero finalmente desisto de hacerlo.

Y es que de cierta forma, pienso, esos otros libros, que promueven la fe en la humanidad, perderían gran parte de su valor si el hombre no fuera capaz de hundirse también en su propia miseria.

Y claro, supongo que es por sobrevivir a esa miseria, que el hombre grita.

¿Sabe usted cómo grita el hombre?

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