viernes, 1 de febrero de 2013

El que tiene fe no necesita magia.

“Era algo así como un sombrero de mago,
yo pedí que lo llenaran de cerveza,
pero cuando la bebí
esta se había vuelto amarga”.


El que tiene fe no necesita magia.

Yo, en cambio, cuánto la necesito.

Por eso, pienso, he intentado siempre algunos trucos.

Imposibles algunos, pero sin embargo resultan.

Nadie creería, por cierto, si los contara.

El último, aunque me resultó a mí, no es mérito mío.

Es decir, seguí instrucciones, sin fe, solo por si acaso.

Era el truco clásico… el del conejo en el sombrero.

Me acordé porque vi un sombrero, en una tienda de ropa usada.

De hecho, formaba parte de disfraz de un mago.

Así, di un avance y me llevé el sombrero, para practicar en casa.

Aunque claro, hoy por hoy no tengo casa.

Pero eso es otra historia.

El punto acá es que estaba con el sombrero, recordando.

Lo que recordaba era un manual, antiguo, de un juego de magia.

Y claro, en las primeras páginas salía el truco del conejo.

Aunque en ese juego, existía un conejo de peluche, que se adhería a un costado.

En cambio, ahora, solo contaba con un sombrero.

Y el recuerdo de un truco.

Aún así, me puse a hacer los movimientos clásicos.

Giré el sombrero, mostré mis manos... y hasta inventé palabras mágicas.

Todo era estúpido y absurdo, pero al menos era tranquilizador.

Es decir, no tener fe, y no esperar al conejo, era tranquilizador.

Y eso, en ocasiones, es una ventaja.

Pero decía antes que estaba diciendo las palabras mágicas.

Y entonces metí una mano.

Y toqué algo.

Solo duró una fracción de segundo, pero aquello era suave y estaba vivo.

Por lo mismo, asustado, lancé por instinto lejos de mí aquel sombrero.

Pude ver, así, como salía un conejo, desde el sombrero.

Un conejo que se volteó y me miró con sus ojos rojos, amenazantes.

Es decir, sentí que me miraba como si yo fuese solo huesos… o una cosa…

Restos de un ser que ya fue, pensé.

Me sentía nervioso, a la defensiva… confundido.

También tengo piel, sobre los huesos, le dije, sin pensarlo.

Entonces, extrañamente, me sentí como si yo fuera el conejo.

Y en su mirada, incluso, me pareció ver ahora, algo cercano al afecto.

No necesitas magia, parecía decirme, necesitas fe.

Entendido esto, lo vi alejarse, dando pequeños saltos, como un conejo cualquiera.

Recogí el sombrero y pesé en lo sucedido.

Quizá sí necesito fe, me dije, y hasta me dispuse a buscarla.

Lamentablemente, yo no sé de qué sombrero, sale aquello.

3 comentarios:

  1. por supuesto que sabes, también eres conejo, no? conejos, que jamás se quedan en el sombrero del mago. Me ha gustado mucho esta entrada!

    (A veces me pregunto si tuve o no las conversaciones en torno a entradas tuyas, porque tus post siguientes parecen continuación de ellas. Y pasa que no, nunca las tuvimos. Por ejemplo acerca de tu entrada anterior tuve una larga conversación imaginaria sobre la fe, también sobre las mayúsculas y el coraje que a veces éstas requieren, creo que iba en el metro y por esa, o por alguna otra razon pasa que no llego a escribirlas, pero son conversaciones de todos modos, vienen con respuestas y contrarespuestas (que por supuesto no son tuyas sino mías también, como en tus dialogos))

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  2. Nunca se sabe.
    Lo de las mayúsculas surgió de unas frases que escribí en una hoja, mientras iba, ayer, en el metro y que luego no comprendí, bien.
    Era algo así como que las mayúsculas eran muy crecidas para dejarse tomar, le daban independencia a la palabra, como animalitos que te llevas a los brazos (minúsculas) y que luego crecen, y ya está. Y no son tuyos.

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  3. (bueno y esa conversacion se expandía en torno a que diablos es la fe, y luego esta entrada. Son como continuaciones de conversaciones que no pasaron, pero si)

    uno deberia esribir todo en mayúscula, para recordar que nada es nuestro :)

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