domingo, 31 de marzo de 2013

¿Lleva libros en el bolso?



-¿Lleva libros en el bolso?

-¿Qué dice?

-Que si lleva libros en el bolso.

-Ah… sí. Libros.

-Al principio pensé que se trataba de un muerto… es por el bolso quizá… me refiero a que toman la forma de un muerto…

-Entiendo, pero son libros.

-Claro, lo noté después, fui torpe, ¿no cree…?

-…

-Igual no es tan distinto en todo caso… me refiero a la sensación… y al peso… ¿me dejaría probar el peso del bolso?

-¿Acaso puede compararlo…?

-No se apure, es solo para probar, calcular… después de todo tenemos para una hora antes del próximo tren… ufff… es pesado…

-Lo sé. Es un bolso especial. Otro se habría roto.

-Sí… Uff… ¿Sabe…? Estaba pensando… un muerto también debe cargar libros dentro… ¿no cree? Me refiero a que muere con palabras sin decir… historias… ¿acaso pesará menos un hombre que lo ha dicho todo…? Ja, ja… que tontera… no me tome en cuenta…

-No lo hago.

-Cómo sea… tampoco se moleste, es peor para los dos y estaremos aquí harto rato…

-…

-¿Me tomaría en cuenta si le digo que sí he cargado un muerto en un bolso?

-¿Qué dice?

-Ya escuchó… y hasta es verdad… una vez cargué un muerto en un bolso…

-No diga estupideces.

-No es una estupidez… lo que pasa es que yo no lo sabía, claro… y además se trataba de un cuerpo pequeño, un recién nacido…

-…

-Suena increíble, ¿no cree…?

-…

-Yo también puedo tener historias como cualquiera de esos libros…

-¿Quién era el muerto?

-Un recién nacido, ya le dije… Verá, hubiese sido mi sobrino… es decir, mi hermana dio a luz y metió al niño entre unas ropas y me lo metió en el bolso… yo tenía que viajar fuera de Chile, esa vez… es una historia larga…

-Pero el niño… ¿estaba muerto cuando lo metieron al bolso?

-No veo en qué afecta la historia aquel detalle… el punto es que cuando yo me di cuenta estaba  muerto… de todas formas supongo que sí… pues no hizo ningún ruido ni movimiento ni nada…

-¿Y qué hizo con él?

-Con el cuerpo… bueno, pues si quiere que sea sincero  no recuerdo bien… sé que lo dejé en algún lugar, con cuidado… apoyado junto a un árbol, creo… Y es que no podía viajar con él… ¿se imagina?

-¡¿Es cierto lo que cuenta…?!

-Claro que sí… ¿por qué tendría que mentirle? Véalo usted desde este punto de vista: mi hermana tiene un hijo muerto, digamos, ella está mal y está algo loca y yo voy a hacer un viaje por lo que tengo un bolso. Entonces ella, enojada por mi partida, mete entre mis ropas el cuerpo de aquel niño… por último, yo me doy cuenta durante el camino y lo dejo contra un árbol…

-Nada es tan fácil cómo lo cuenta….

-Todo es fácil… el que se complica es usted… Todos nacemos y morimos, además… son las únicas cosas que no podemos hacer dos veces…

-…

-Sus libros son distintos, en cambio… piense que puede leerlos cuántas veces quiera… no son cadáveres cuando ya se leyeron una vez, ¿o sí?

-…

-¿Por qué me mira así?

-No puedo creer que hable de mis libros de nuevo, después de contar que cargó a un bebé muerto.

-Sigo pensando que usted se complica la vida demasiado… ¿señor…?

-Vian.

-¿Vian?

-Sí. Vian.

-¿Qué extraño…? No me va a creer, pero así se llamaba mi sobrino muerto…

-Usted está jugando conmigo…

-No, se lo aseguro… una vez cargué con un bebé muerto en un bolso… un niño llamado Vian… el cuerpo lo dejé apoyado junto a un árbol. Años después me encontré con un hombre que cargaba libros y que llevaba el mismo nombre… ¿le gusta como historia?

-No se trata si me gusta o no…

-¿Se trata de que sea verdad? ¿Me está queriendo decir eso?

-Pues en parte sí, la idea es que si lo hablamos sea verdad…

-¿Y si lo leemos no importa que sea mentira?

-¿Le molestan mis libros, acaso? ¿Por eso tiene que inventar esas historias absurdas?

-No me molestan sus libros. Me molesta que crea más en sus libros que en la historia que puedo contarle…

-¿Quiere que le crea que cargó un niño muerto que se llamaba como yo y que dejó el cuerpo junto a un árbol…?

-Sí. Exactamente.

-¿Y qué sucede si le creo?

-Sucede que usted estará a un paso de entender mejor quién es usted mismo…

-…

-Créame, Vian… yo lo abandoné a usted muerto, junto a un árbol, cuando usted era un bebé…

-…

-Usted no debiese estar acá… usted…

-Yo voy a tomar ese tren, simplemente. No voy a discutir nada más.

-Usted va a despertar antes de tomar ese tren, Vian… y absurdamente va a sentirse aliviado y luego querrá escribir todo para ordenarlo, y dejará la mitad afuera…

-…

-Créame, Vian… usted se vaciará para estar liviano… siempre es así con los de su tipo.

-…

-A todo esto, ¿está seguro, todavía, que llevaba libros en el bolso…? ¿No cree que es ese un buen comienzo para la historia?

-No lo creo.

-Da igual, Vian. No te esfuerces. Será ese.

sábado, 30 de marzo de 2013

Tres hombres golpean una puerta.

“Escribo como quien duerme,
y toda mi vida
es un recibo por firmar”.
Fernando Pessoa.


Hoy han venido tres hombres a tocar a mi puerta.

De no haber abierto, sin embargo, quizá habría pensado que se trataba de un solo hombre, que vino a golpear tres veces.

Visto así, puede hasta considerarse una ventaja el haber abierto la puerta, aunque las certezas asociadas a este hecho se difuminan cada vez más rápido.

Por ejemplo, ahora me pregunto si fue realmente el mismo hombre quien abrió la puerta esas tres veces, o si hasta fue la misma puerta la que se abrió, impulsada por aquel, que fui yo, el día de hoy.

Con todo, no es algo absurdo esto que digo… no para mí al menos, considerad la situación.

El primer hombre, de hecho, me lo dijo:

-Toco a tu puerta porque adivino qué hay tras esa puerta. Por eso no es absurdo. Porque vengo yo como una carta. Sin remitente. Sin mensaje. Vaciada.

Y bueno… fue así como el hombre se paró frente a mí por varios minutos, quedándose en silencio.

Entonces, le ofrecí una cerveza. Pero él se negó.

Luego, se fue, y tras él cerró la puerta.

Yo me senté sobre una silla incómoda.

Casi inmediatamente llegó el segundo hombre.

Volvieron a llamar a la puerta.

Volví a abrir.

Un hombre como el anterior se introdujo y exigió una cerveza.

-Usted no puede negármela –dijo-. Sería mala educación.

Yo no quise discutir y se la entregué.

El hombre se la tomó de un sorbo.

-Su puerta es extraña –comentó entonces-. Aunque todas las puertas son extrañas. Yo creo que usted ya sabe, en todo caso…

Yo asentí.

-Tenía que decirle algo, pero lo olvidé –dijo finalmente el hombre, antes de irse-. Debiera darme risa, tal vez, pero siento una sensación de pesar… creo que era importante…

-No se preocupe –dije yo-. Váyase tranquilo.

El hombre hizo una sutil reverencia, y se marchó.

Así, le llegó el turno al tercer hombre.

Tocó la puerta.

Esperé.

Por un momento pensé que se trataba de un error, pero insistieron.

Así, finalmente, resultó que abrí.

El hombre me era familiar, pero no sabía de dónde.

 Le pedí que me dijese su nombre… qué quería… cuáles eran sus planes.

-No es prudente hacer planes –creo que fue lo que dijo.

No insistí.

El hombre habló entonces del fuego, de una construcción de piedra y algo mencionó también sobre el mensaje de una chica.

-¿Quiere una cerveza? –le ofrecí.

Él dijo que no.

Yo tomé por los dos.

-Me iría de este lugar, pero nadie más va a venir, en este tiempo –dijo el tercer hombre, excusándose.

-Yo me las arreglo -dije yo.

Y claro, no recuerdo si fue entonces que el hombre se fue o simplemente se paró a mirar, a mis espaldas…

Lo que sí sé, es que la puerta no sonó otra vez, hoy día.

Por lo mismo, no sé si llamarla puerta, todo el tiempo.

¿Se puede resumir, entonces...?

Lo intento.

Hoy han venido tres hombres, decía.

Pero el día ya se acaba.

viernes, 29 de marzo de 2013

¿Has perdido peso?

"-¿Incongruencias?"
-Casi, en el sueño no.
-¿No qué?
-No casi, en el sueño.
-Eso es como restar explicaciones.
-Palabras. Casi. Explicaciones.
-Ah... incongruencias."
P. T.


-¿Has perdido peso?

-¿Peso?

-Sí… o sea, te ves más delgado.

-Bueno, no sé… pero he perdido otras cosas.

-Todos hemos perdido esas otras cosas, pero no perdemos peso…

-¿Por qué “esas” otras cosas? ¿Acaso son las mismas?

-Claro que sí, siempre se pierde lo mismo, lo queramos o no… pero con el peso es distinto…

-No sé por qué lo dices, tú nunca pierdes nada…

-¿Eso crees?

-Sí…  Siempre son los otros los que pierden… tú, en cambio, siempre has parecido no necesitar nada.

-Esas son apariencias, nada más.

-Pues el peso también es cuestión de apariencia.

-No necesariamente, a veces el peso es también algo que no puede verse… un flaco con el alma de plomo pesa más que un gordo vacío, por ejemplo…

-¿Y tú serías el gordo vacío?

-Solo si tú fueras el flaco con el alma de plomo, ¿no crees?… pero tranquilízate, pareces haber perdido peso, ya te lo decía.

-Pues quédate con esa impresión.

-Claro que me quedo con ella, no hace falta que…

-¡Espera! No perdamos tiempo... ¿Qué es lo que quieres realmente?

-¿A qué te refieres?

-No finjas… no vienes acá a hablar de mi peso, vienes a otra cosa…

-¿A qué cosa, crees tú?

-Vienes a saber si estoy listo, quieres jugar un poco…

-No me gusta jugar… de hecho, en parte quería saber si estás listo para algo serio…

-¿Un juego serio?

-No es un juego, ya lo dije… pero llámalo así si quieres…

-¿Y en qué consiste eso serio?

-Pues justamente en perder más peso, aunque no lo creas…

-No te entiendo.

-Lo sé. Pero no es necesario entender, solo es necesario juntar el suficiente odio como para disparar dos veces…

-¿Disparar…? ¿De qué estás hablando?

-Hablo de nosotros, de disparos… ¿no has visto nunca un western?

-…

-La clave está saber disparar dos veces, ¿no sé si lo sabías?

-¿Dos veces?

-Claro… dos veces seguidas, de hecho, si no quieres que te maten… después de todo, disparar la primera vez siempre es fácil…

-Pues no voy a jugar. Creo que entiendo un poco lo que quieres, pero no voy a hacerlo.

-Pues ya lo estás haciendo. Con menos peso quizá, pero lo estás haciendo… De hecho, puede que hasta ya hayas disparado, sin darte cuenta…

-¿De qué hablas…?

-Quizá fuera del sueño hayas disparado, me refiero, y me engañaste…

-…

-¿Creíste que así sería más fácil? ¿Creíste que disparando afuera yo podría desaparecer acá…?

-No creí eso.

-Pero disparaste afuera, ¿no es cierto…? Ahora me doy cuenta…

-…

-¿Ese es el peso que perdiste?

-No. Tú eres el peso que perdí.

-No me has perdido, yo…

-Claro que sí, un disparo afuera, solamente…

-…

-Y un disparo adentro…

-No es justo.

-Nada lo es, amigo.

-¿Vas a disparar entonces?

-Mejor que eso. Escucha:

-Pues no oigo nada.

-Peor para ti. Acabo de despertar.

jueves, 28 de marzo de 2013

Donde estás.



Vas donde el doctor porque no aguantas. Porque con un gesto le indicas que es la cabeza. Porque te encoges y parece un dolor terrible y el doctor hace preguntas que no escuchas. No sabes qué es. No recuerdas cómo llegaste, quién te llevó y apenas quién eres. Aunque una mierda si sé qué significa acordarse de quién eres. No es un dolor, por otro lado, que hayas sentido antes. El doctor apenas se atreve a tocar y entonces te inyectan. Pasan minutos. No sabes cuántos. Entonces, todos se extrañan que no te duermas. Esperan un rato más. No sucede nada. Escuchas que comentan. Hay que dormirlo, dicen. Vuelven a inyectar. De a poco te quedas quieto, pero el dolor es el mismo. Ellos se percatan que estás consciente porque mueves los dedos. Respondes moviendo los dedos, me refiero. El dolor está ahí. Es tan fuerte que sabes tuvo que haber estado desde antes, agazapado. Vomitas incluso, de dolor. Hacen exámenes. Te mueven. Te piensan dormido. Y es que ya no puedes mover los dedos. Y claro, todo parece haber pasado, pero el dolor sigue. Los latidos, me refiero. El calor. La sensación de asco. Te sientes profundamente solo. Tú y tu dolor. No hay metafísica. Todo es concreto como una piedra. La cabeza. El asco. Escrito es menos, piensas. Parece mentira escrito. Parece menor. Lo escribes. Doblado en ti mismo, lo escribes. No sabes, sin embargo, dónde estás. 

miércoles, 27 de marzo de 2013

No insista.


Hoy no.

No insista.

Tengo fiebre, además.

Y quizá hasta sea contagioso.

O sea, no duele, en todo caso.

No hay de qué preocuparse.

Y no incomoda, por cierto.

Pero claro… yo hablo por mí.

Y a veces eso no se tiene en cuenta.

No es egoísmo, sin embargo.

Solo es fiebre.

Y un texto que apela, finalmente, al lugar común.

A la falta de claridad.

Pero extrañamente, no al compromiso.

Hoy no.

Puede usted creerme.

Y es que no se trata de cumplir.

No se trata de un día más.

Hay algo más sencillo y más cierto bajo todo esto.

Incluso, me atrevo a decir, yo soy de esos que escondo la belleza bajo la alfombra.

Los buenos deseos.

Esas frases cursis, pero verdaderas, que necesitamos decir de vez en cuando.

Pero claro… hoy no.

Hoy la fiebre deja poco por hacer.

Y uno se confunde, por supuesto.

Ahora bien, confundirse, al menos, no es contagioso.

Eso lo averigüé y estoy seguro.

Pero cuídese usted de la fiebre, eso sí...

Porque mi fiebre es mía, finalmente… eso es cierto…

Pero es probable que usted la desconozca, y pueda producir incomodidades.

El engranaje del mundo.

El corazón de los otros.

El patetismo de uno mismo, me refiero.

Así que bueno…

Hoy no, les decía.

Hoy, desde la fiebre, muevo un poco las palabras.

No duele, en todo caso.

Y no incomoda.

No es egoísmo, sin embargo, les decía.

Ni hay, tampoco, de qué preocuparse.

Hoy no, al menos.

Ya les dije que no insista.

martes, 26 de marzo de 2013

No soy bueno para pescar.



No soy bueno para pescar. De hecho, soy pésimo. No sé lo que se siente, incluso, tener un pez que pique en el anzuelo. Nada de eso me ha ocurrido nunca. Lo he intentado, sin embargo. Amigos expertos, otros un tanto aficionados... Nadie siquiera logra pescar algo si está conmigo. Así, si gritara que arrojen las redes, estas sin duda saldrían vacías. No es cuestión de fe. No es cuestión de suerte. Es simplemente que mis anzuelos se enganchan en otros sitios. Piedras. Algas. Una cadena al fondo de un lago. La pierna de una señora alemana, incluso. Con todo, lo peor fue aquella vez que quise lanzar y eché hacia atrás la caña y finalmente todo resultó tan fallido que el anzuelo quedó enganchado sobre mí, en un árbol. Es decir: el lago al frente, el árbol atrás, la caña extendida y doblada hacia arriba, y bueno… el anzuelo enganchado quién sabe dónde, en lo alto. Da vergüenza, por supuesto. Sobre todo cuando el anzuelo no es de uno y hasta es el favorito que hay que recuperar, de alguna forma. Por eso lo que queda es subir al árbol y buscar el anzuelo. Aunque esa vez no hubo caso. Y es que el árbol era alto, sin duda… pero el problema mayor era que no lograba ver bien dónde se había enganchado… Por eso, recuerdo que esa vez bajé a intentar tirar nuevamente desde la caña, y desengancharlo. No hubo logros, sin embargo. Es decir, una y otra vez lo intentaba, pero la caña solo se curvaba hacia arriba y yo sentía como si realmente luchase contra algo vivo que debía traer hacia mí, con la caña. Quizá pesqué a Dios, recuerdo que pensé entonces. O quizá no lo pesqué, pero sin duda Dios picó el anzuelo, concluí. Y claro... seguía luchando cuando comenzó a llover. A llover en serio, eso sí. Tanto que tuve que dejar la caña ahí y refugiarme en la carpa. Tres días llovió así, sin parar. Mi amigo debía venir esos días, pero no llegó. A veces se sentía un animal, por la noche. El resto solo lluvia. Con todo, recuerdo que las pocas veces que salí de la carpa intenté unos minutos más con la caña, pero no había forma de desengancharla. Fue así que se cumplieron los tres días y dejó de llover. Y claro, uno volvió a salir con libertad de la carpa y hasta se imaginó rearmando su vida. ¡Cosas que imagina uno…! Esa misma tarde llegó mi amigo y me dijo, tras reírse un poco, que no importaba el anzuelo y que no me hiciera problemas. Hay que intentar de nuevo, decía. Nada más. Con los años, por cierto, ese amigo se ahogó en un lago. Yo, en tanto, seguí intentando pescar, unas cuántas veces, pero fallé siempre. Por último, debo reconocer que cuando duermo, un hombre de bigotes –que debe ser Dios-, me alega porque le rasgué sus ropas con un anzuelo. Tiene la cara tan chistosa cuando alega, eso sí, que yo no lo creo que es Dios, y casi siempre despierto en ese instante. No soy bueno para pescar, decía. Y es que quizá hasta cuando escribo, me voy enganchando en otras cosas.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cosas que suenan como un tren. (Fragmento)



-Yo no estoy sorda –alegaba la abuela-, lo que pasa es que cada vez hay más cosas que suenan como un tren… cosas que llegan y se van, incluso… cosas de metal que se llevan gente… cosas como trenes que suenan, pero que no son trenes…

-¿Y usted las escucha, abuela?             

-Claro que las escucho –dijo ella-. Habría que estar sorda para no escucharlas… Lo que pasa es que yo tengo el sueño liviano… bueno, dormir liviano realmente, porque sueños ya ni tengo… además me gusta eso de escuchar… eso de que suenen otras cosas y que se muevan y uno esté como fijo… ¿a ti no te pasa?

-¿Qué cosa?

-Lo que hablamos, pues… eso de sentir que todo se mueve en torno tuyo… oír cómo vienen y van los otros… como llegan y se los llevan…

-¿En tren? ¿Ese era el tren al que usted le gritaba, abuela?

-No gritaba… eso son exageraciones –agregó ella, sonriendo-. Lo que pasa es que acá los que debiesen cuidarte no te cuidan y luego dicen que una está loca o que necesita más medicinas y sedantes… tu sabes, mijo, para que no oigamos nada… para que nos olvidemos…

-Entonces usted dice que no gritó sobre un tren, que no despertó a todos los otros y que lo que me cuentan a mí son mentiras… ¿eso me está diciendo?

-Eso mismo. Pero tú puedes creer lo que quieras. Yo sé lo que escucho y lo que no escucho y se también quiénes llegan y quienes se van de acá… sé cómo lo hacen.

-¿Pero entiende que si no cambia su actitud, ellos no van a sacarle las correas? ¿Por qué mejor no se comporta un poco más sensata y…?

-Nadie es sensato –interrumpió-. La vida no deja que nadie sea sensato… solo están los que saben y los que fingen que no saben, y simulan también ser sensatos.

-¿Y no puede fingir usted?

-¿Fingir para que me desaten?

-Claro, para que la desaten y para que no tengan que inyectarle esos sedantes…

-Pues yo ya estoy fingiendo, chiquillo… ¿no ves? Y nadie me desata… Yo les digo que no hay tren… Yo les digo que hay otras cosas que suenan como un tren…

-Pero tampoco les diga eso, abuela. Dígales que no hay nada, que todo está bien… es sencillo.

-¿Decirles que no pasa nada?

-Claro.

-¿Que nadie se va… que nadie llega? ¿Hacerme la sorda y cerrar los ojos cuando viene la máquina?

-¡Ve que ya empezó, abuela…! ¿Cómo quieren que la traten mejor si…?

-Y no quiero nada. Amárrenme si quieren, pero la máquina va a venir por ellos también… si es que ya no vino.

-¡Pero abuela…!

-¡Cállate conchetumadre…! –gritó ella, finalmente-. Ahí viene.

domingo, 24 de marzo de 2013

Usted y lo demás.

“Como no abrigo ninguna esperanza
y soy un cero a los ojos de usted,
hablo sin rodeos.
Dondequiera que estoy solo la veo a usted
y lo demás me importa un comino”
Dostoievski, El jugador.



Sencillo.

Separarla a usted de lo demás, me refiero.

Solo que en mi caso lo demás sí me importa.

De hecho, no sé cómo hacer para que no importe.

Por eso suelo perderla a usted.

Una y otra vez, me refiero.

Aunque usted cambie, claro, y no lo sepa.

Y es que lo demás atrae mi atención.

Y hasta mi afecto.

No es que no la vea a cada rato.

Pero tampoco dejo de ver lo demás, cuando la veo.

Así, mi corazón late ante lo demás igual de fuerte que ante usted.

Y late fuerte.

A veces y hasta pienso que va a pasar algo.

Y a veces pasa.

Una piedra, una nube, un insecto en la ventana.

¡Se ha fijado usted que dignos de latido son los insectos…!

No es que usted no lo sea, no crea…

Usted es tan hermosa como aquel insecto, o como aquella nube, o como aquella piedra…

¿No le gusta mi piropo…?

¿No comprende…?

Pues ya ve.

Eso es lo que ocurre.

Una vez que la veo no dejo de buscarla, de leerla, de visitarla…

Pero luego pienso que usted necesita otra cosa.

Alguien como Dosto, por ejemplo.

Alguien que la vea a usted, en exclusiva, todo el tiempo.

Yo, en cambio, no sé hacerlo de esa forma.

Y es que a veces es hermoso, pero también está la desesperación.

Me refiero a lo demás, por supuesto… al mundo.

Al aroma del durazno junto a la alcantarilla donde viaja aquello que el amor no deja ver.

Y claro… es entonces cuando uno no sabe qué hacer.

Y se renuncia.

No sé si me explico.

Es decir, me importa usted demasiado, aunque le dé la espalda.

No crea, por lo mismo, que me importa un comino.

Y es que nunca he dejado de verla, si soy sincero.

Por lo demás, hasta el comino me importa.

sábado, 23 de marzo de 2013

C invita a R a su nueva casa.



I

C invita a R a su nueva casa. Aunque le advierte, eso sí, que en realidad se trata de la antigua casa. Por lo mismo, R no entiende, pero a C no le preocupa que lo entiendan. Solo quiere que alguien vea su nueva casa. Y claro, si es R quien la vea, mucho mejor. Y es que R, compañero de trabajo de C -aunque no tan cercano porque en realidad trabaja en otro departamento de la empresa-, ya conocía la casa en su antigua versión, es decir, con los muebles que A se llevó, cuando se fue de ahí, hace casi dos meses. Por esto, piensa C, R puede ser un buen observador de los cambios de la casa. C, por otro lado, también siente que ha sufrido un cambio, aunque nadie en la empresa se percata de aquello.


II

R llega a casa de C. Y claro, no se preocupa por comprender aquello de “nueva casa” de lo que hablaba C, con insistencia. De hecho, R le dice a su mujer por teléfono: Voy un rato a casa de C. Es decir, R no menciona ni por un momento que C habló de una nueva casa. Quizá por eso, C se siente un poco molesto con R –al menos según la percepción de R-, y el ingreso a la nueva casa, por tanto, se convierte en una acción que podríamos calificar de incómoda. Ambos se miran. C gira la llave y abre la puerta, mientras espera la reacción de R, que está a su lado. ¿Es o no es una nueva casa?, pregunta entonces C, y R no sabe bien qué debe responder.


III

La casa está distinta, piensa R. Es decir, casi todos los muebles están fuera de sitio, según recuerda. Además, tampoco están los otros muebles que se llevó A, cuando se fue de aquel lugar. C parece orgulloso. Le enseña su casa a R y hasta lo invita de inmediato al bar y le prepara un trago. Mientras lo bebe, R recuerda que justo en la muralla de frente al bar estaba las fotos de familia de C. Por lo general C con su mujer, en restaurantes, en recitales, o hasta de compras en alguno de sus viajes. Ahora, en cambio, observa R, apenas está un cuadro de C con un pescado gigante. Un día de pesca, claramente. C y un pescado de aproximadamente 20 kilos. No hay nada más en esa muralla, piensa R.


IV

R regresa a su casa, junto a su esposa. Entonces, R le cuenta a su mujer sobre la idea de casa nueva, de la que hablaba C. Es como si hablase de vida nueva, cuenta C, pero la mujer no lo toma en cuenta. Fue extraño, insiste R. Minutos después, la esposa se ha dormido, junto a R. Y es que C también estaba bien, piensa R. Es decir, él mismo también tiene cosas… fotos, cosas seguras, piensa. No quiero terminar con una foto en que aparezco junto a un pescado, se dice. Y claro… a medio dormir sigue pensando en aquello. Sueña con aquello, incluso… Una mezcla entre la casa vieja y la casa nueva de C, la foto con el pescado y hasta unos cuadros tipo Magritte. Finalmente, R se despierta. Ya es de mañana, piensa. Su mujer duerme al lado, sin movimiento alguno, como si nada le importase.

viernes, 22 de marzo de 2013

Porque otra cosa existe.

“Todo lo que existe existe quizás
porque otra cosa existe”
Otto Wingarden & F.P.


Quítele el quizás, señor Wingarden.

Sea valiente.

Acepte la verdad sin más y dígala sin rodeos.

No se complique.

Porque claro, puede parecer terrible,
pero al final nadie nos lee, señor Wingarden
-o muy pocos-,
y las complicaciones solo quedan, finalmente,
en nosotros mismos.

Ya ve usted, muerto y todo y yo creo
que en algún lado usted todavía no reconoce
causa en todo esto.

Y claro, yo no hablo solo de lo válido,
si no de todo aquello
que ha llegado a existir
desconociendo aquello que es causa
y que también existe,
por supuesto,
en algún lugar cercano.

No obstante, uno debiese reconocer, al menos,
formas de existir donde reconocer aquella idea que es además causa,
sea, finalmente, cosa simple.

¿Cómo reconocerlo…?

Sencillo:

Busque usted aquello que existe y de lo cual
depende su propia existencia.

¿Lo encontró…?

Pues entonces busque aquello que existe más allá de aquello que existe
y que posibilitó, en segundo grado,
su propia existencia.

Por último, repita esta operación varias veces.

Las sensaciones varían,
por supuesto,
pero usted es capaz de responsabilizarse
por aquellas que les corresponden.

Nada más
debe ser dicho.

jueves, 21 de marzo de 2013

Solo sé contar hasta uno.



Solo sé contar hasta uno.

Es verdad.

Mire:

Uno.

Por lo mismo, la enumeración de cosas –o seres-,
me parece hoy algo impensable,
y hasta absurdo.

Y es que nada es dos.

Observe:

Un libro, otro libro.

No dos.

Una palabra, otra palabra.

¿Lo ve…?

Así, suelo intentarlo con distintas cosas, pero no resulta.

Es como cuando dicen que no se pueden sumar peras con manzanas.

Pero claro, para mí es imposible hasta solo con manzanas.

Fíjense:

Una manzana… otra manzana.

Créanme que lo intento, pero…

No pueden ser dos.

Y es que algo en mí las sabe distintas y se niega a sumarlas.

¿Dos dedos?

¡Imposible…!

¡Muéstreme usted que sus dedos iguales…!

¿Ve que no me engaño?

Es decir, una vez un doctor y después otro, lo intentaron.

Todo siguió igual.

Un año, otro año.

Una vida.

¿Ya ve?

¡Qué más quisiera yo…!

Yo: Uno.

Vian uno.

Todo es suma de uno.

¿Cuántos libros tienes en tu biblioteca?, me preguntan entonces.

Y yo debo mentir, casi, para no explicar.

Y es que solo sé que hay un libro, al lado de un otro.

Siempre es así.

Un libro, otro libro.

Una verdad.

Un corazón.

Un latido, otro latido.

Una vida.

Mire:

Uno.

miércoles, 20 de marzo de 2013

La vez que gané una pitón.



Fue en México.

En un bar que tenía un letrero donde salía una mujer con bigotes.

No recuerdo el nombre, claro.

En la barra, había un hombre bebiendo, con una pitón.

La pitón, por cierto, estaba enrollada en él, aunque sin presión, como quien lleva un bolso.

El hombre, también tenía un sombrero y una baraja de naipes, sobre la barra.

Gustaba de apostar, aquel hombre.

Así, lo vi ganar a algunos, quienes le entregaron dinero, un reloj y hasta un sombrero de paja.

Y claro, no recuerdo cómo, pero de pronto me vi al lado de aquel hombre, en medio de una apuesta.

Por cierto, tampoco recuerdo qué apostaba yo, pero el hombre, para convencerme, apostó a la pitón.

Yo accedí.

Fue algo sencillo: solo la carta más alta.

Entonces, no sé si fueron seis o siete veces que gané seguidas.

Y me quedé con la pitón.

Estaba orgulloso y me sentía todo un ganador. 

Al menos al principio, claro.

Y es que pasados los minutos, y viendo ya que el hombre iba a irse, comencé a preguntarme qué es lo que yo iba a hacer con una pitón.

Reflexioné un poco.

¡¿Qué mierda hago yo con una pitón?!, me pregunté entonces, sobresaltado.

Por esto, comencé a tratar de convencer a aquel hombre, para que olvidara la apuesta y se llevara de nuevo a la pitón.

Lamentablemente, luego  de ofrecer hasta golpes, el hombre se negó, sintiéndose ofendido.

Y se fue.

La situación era extraña.

Es decir… yo era un ganador, claro… en cierto sentido.

O sea: yo tenía el premio, aunque no quisiera.

Es como con la vida, pensé.

Todos te dicen que es un premio, pero ¿qué pasa si no te gusta?

Y es que si no te gusta no hay caso, simplemente

Son premios sin devolución, pensaba, o al menos, sin devolución exenta de culpa.

Pero entonces… ¿era un premio, finalmente, la pitón?

Y si era un premio… ¿qué tipo de premio era?

Eso pensaba mientras me servía algún trago y observaba al reptil.

Y es que este, había comenzado a moverse sobre la barra, justo al lado de mi cerveza.

Se arrastró así junto a un libro y junto a mi billetera, que estaban también sobre la barra.

¿No la quiere usted?, le pregunté a un chico del lugar.

Él se negó y me hizo un gesto entonces, para que mirase sobre la barra.

Y claro, no me percaté de nada al principio, pero de pronto, vi algo así como un bulto, que tragaba la pitón.

¿Un cenicero?, pensé… ¿Un vaso…?

Y bueno… tras otras cuantas hipótesis tuve que admitir que se había tragado mi billetera.

¿Tiene con qué pagar?, me preguntó de inmediato el tipo del lugar.

Yo negué con la cabeza.

Entonces, se me ocurrió la solución y acordé dejar a la pitón, en prenda, hasta volver con el dinero.

Costó convencer al encargado, claro, pero lo cierto es que la deuda no era tan grande, finalmente.

Con todo, mientras salía del lugar, pensaba que la pitón no solo se había tragado mi dinero.

Y claro… en la billetera, también estaban mis identificaciones, entre otras cosas…

Esa pitón se robó mi identidad, concluí entonces.

Así, jurándome de paso no volver a aquel lugar, me alejé tratando de pensar en otras cosas.

Algo borracho, debo admitir, y más vacío que nunca.

martes, 19 de marzo de 2013

Una posibilidad / Dejar el auto, tras unas curvas.



-¿Y entonces…?

-Entonces el hombre baja del auto y decide caminar hasta encontrar algún teléfono, o alguien que esté dispuesto a ayudarlos…

-¿Y la familia del hombre se queda en el auto?

-Claro, en una carretera seca, llena de curvas… quizá a oscuras. La mujer puede que salga del auto, a encender un cigarrillo, apoyándose en la puerta.

-¿Y los hijos?

-Los hijos duermen, o fingen que duermen, dentro del auto.

-¿No intentaron empujarlo?

-Sí, pero solo lo sacaron de la carretera. Nadie pasa por aquel lugar a aquellas horas…

-¿Y luego?

-Luego el hombre avanza. No encuentra a nadie. Oscurece. Hasta que ve una luz.

-¿Una casa?

-Puede ser. Una pequeña, quizá... O un conjunto de casas. Casi todas vacías… salvo la que tiene luz.

-¿Y qué hace?

-Se acerca a la casa, claro. Pero está a mal traer. Cansado, en medio de la noche, sabe que no da buena impresión, así que llega y golpea a la puerta con cuidado.

-¿Le abre alguien?

-Sí. Una mujer. Una mujer mayor. Débil, incluso. Desconfiada.

-Hmm…

-Él entonces le explica. Su auto averiado. Allá lejos. Quizá pida un poco de agua. Pero ante todo disculpas. No quisiera molestar, pero él tiene a su familia, allá, explica… Pide usar el teléfono, pero ante todo está pidiendo que le crean…

-¿Y la mujer le cree?

-La mujer desconfía. Se asoma incuso para mirar a ver si se ve el auto, pero él hombre le dice que está más lejos. Tras varias curvas. Y claro, cuando habla, pareciera que le habla casi de otra vida…

-¿De otra vida?

-Sí. De otra vida. Es que de cierta forma la desconfianza de la mujer lo hace dudar también a él. Y es que está la noche. Y el cansancio. Quizá hasta tenga fiebre... Tal vez de verdad sea un asesino, piensa entonces, que se ha inventado la familia… Y claro, él mismo voltea a mirar su auto y se pregunta si existe realmente una vida propia, tras aquellas curvas.

-¿Y…?

-Entonces busca sensaciones. Porque claro, recuerdos tiene. Aunque todo es medio borroso... Así, incluso el rostro de su mujer le parece un invento. Acabo de dibujar ese nombre, piensa, y quiero engañar a esta mujer… soy un asesino…

-¿Y…? ¿Le dejan usar el teléfono, finalmente?

-Sí. Tras un largo rato. La mujer también le lleva agua. Entonces el hombre marca un número que le indica la mujer, pero se queda callado cuando le contestan. Luego corta.

-¿Y qué hace la mujer?

-La mujer no ha dejado de mirarlo. Lo ve colgar el teléfono y piensa que se ha equivocado. Ese hombre vino a matarla, piensa.  Aunque claro… quizá solo la amarre y le exija le entregue todo lo de valor… pero entonces, ella misma parece confundida y no sabe bien qué tiene… Y claro, hasta piensa que se lo merece… Es decir, ella tampoco ha sido buena… Quizá también dejó entrar a ese hombre con otra intención, se dice… Quizá si ese hombre la mata simplemente se haga justicia…

-¿Pero le hace algo finalmente? ¿La mata?

-No es importante... Y no lo sé, de hecho. Es decir, la cámara se aleja y enfoca todo en sombras… transmitiendo a los propios receptores esa sensación de duda… Incluso, puede haber una sombra esquiva, una toma donde quizá uno pueda imaginarse que el hombre aún no se atreve a llamar, aún no duda… aún piensa que es quien era hasta antes de matar a la vieja… todo son posibilidades,  eso sí, como si las curvas hubiesen sido realmente cruces de caminos…

-¡¿Pero entonces la mató o no la mató…?!

-Es una posibilidad. Pero hay muchas. Yo me la juego porque no regresa. Porque duda de sí y se va. Pero solo a través de un movimiento de cámara. Una toma que se mueva hacia la dirección opuesta desde dónde venía el hombre… Enfocar la carretera. Avanzar. No importa que esté vacía… ¿se entiende?

-El problema no es que se entienda o no… el problema es que una película no se sostiene en base a dudas, sino a certezas.

-Quiere entonces que el hombre mate a la mujer, o que la mujer saque una escopeta y lo ataque…

-No es eso, Vian… lo único que quiero es una idea que se sostenga, un guión tradicional, ¿me entiendes?

-Sí. Entiendo.

-¿Puede hablarme cuando tenga algo así?

-De acuerdo. Le hablaré apenas ordene mis ideas y me haga de algo que le sirva.

-Es un trato, entonces. Usted me llama.

-De acuerdo. Y hasta luego. Gracias por la oportunidad.

-No es nada. Descanse.

-Yo voy a avanzar en una prueba y ver si alcanzo a dormir un poquito.

-¿Y está seguro que eso es usted?

-¿Cómo…? ¡¿A qué se refiere…?!

-No importa… a nada… Vaya mejor a trabajar.             

-De acuerdo… hablamos pronto…

Etc.

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