jueves, 14 de marzo de 2013

Respuestas a preguntas que no he dado.



Un alumno me entrega respuestas a preguntas que no he dado.

Las trae en una carpeta.

Veinte hojas, sin portada.

Extiende la carpeta.

-¿Qué es eso? –le pregunto.

-Son respuestas –me dice-. Son respuestas a preguntas que no ha dado.

-Mmm… -digo yo.

Quedamos en silencio.

El alumno viene solo.

Por un momento pienso que se trata de una broma, pero el informe está escrito a mano y nadie se tomaría ese trabajo.

-¿Quieres que las revise ahora? –pregunto.

El alumno asiente.

Entonces leo las respuestas.

Son extrañas.

Extensas.

Pero de cierta forma parecen correctas.

Y claro: no me atrevo a corregirlas.

Pasa así un momento.

El alumno espera.

-¿Puedo preguntarte algo? –le digo entonces.

-Puede –me dice él-, pero es innecesario. También esa respuesta está en el informe.

Yo lo miro incrédulo.

-Respuesta seis –dice-. Cuarta página. Arriba.

Sigo pensando que bromea, pero al final busco.

Y claro… ahí está la respuesta.

-¿Cómo lo hiciste? –le pregunto.

-Respuesta once –señala-, página nueve.

Y sí… dos minutos después compruebo que eso también es cierto.

Sigo leyendo las respuestas, por un rato.

-Esto no parece cierto… -comento.

-No es cierto, pero se puede demostrar –dice mi alumno.

-¿Qué quiere decir eso?

-Página quince, penúltimo párrafo, pregunta 22 –dice él.

Y sí… ahí está la respuesta, con referencias incluso a una conferencia de Gödel, que no veía hace mucho.

-¿Sabes? –le digo finalmente-. Algo me asusta de este trabajo, mejor dime qué nota dice este informe que yo te iba a poner.

Mi alumno se queda en silencio.

Tras insistir confiesa que no incluyó esa hoja, pues decía que lo iba a reprobar.

-¿Estás seguro? –le pregunto.

Él asiente, comenta algo sobre la página extaída, luego habla de un párrafo inconcluso, y por último se queda en silencio.

-Ahora debo llevarme el trabajo –dice después de un rato-. Usted me reprobará, yo caminaré por las calles y finalmente destruiré el trabajo.

-¿Y si quisiera aprobarte? –pregunté-. ¿No podría cambiar aquello.

-Si usted decidiera aprobarme –dijo finalmente mi alumno-, la respuesta a algunas preguntas serían incorrectas y sentirá que debe reprobarme y luego descubrirá que no tiene otro camino.

Yo lo observo.

Usted está condenado, parece decirme su mirada.

Tomo entonces el trabajo y pongo la nota mínima.

-Hizo lo correcto, profe -comenta mi alumno.

Luego se va.

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