sábado, 30 de marzo de 2013

Tres hombres golpean una puerta.

“Escribo como quien duerme,
y toda mi vida
es un recibo por firmar”.
Fernando Pessoa.


Hoy han venido tres hombres a tocar a mi puerta.

De no haber abierto, sin embargo, quizá habría pensado que se trataba de un solo hombre, que vino a golpear tres veces.

Visto así, puede hasta considerarse una ventaja el haber abierto la puerta, aunque las certezas asociadas a este hecho se difuminan cada vez más rápido.

Por ejemplo, ahora me pregunto si fue realmente el mismo hombre quien abrió la puerta esas tres veces, o si hasta fue la misma puerta la que se abrió, impulsada por aquel, que fui yo, el día de hoy.

Con todo, no es algo absurdo esto que digo… no para mí al menos, considerad la situación.

El primer hombre, de hecho, me lo dijo:

-Toco a tu puerta porque adivino qué hay tras esa puerta. Por eso no es absurdo. Porque vengo yo como una carta. Sin remitente. Sin mensaje. Vaciada.

Y bueno… fue así como el hombre se paró frente a mí por varios minutos, quedándose en silencio.

Entonces, le ofrecí una cerveza. Pero él se negó.

Luego, se fue, y tras él cerró la puerta.

Yo me senté sobre una silla incómoda.

Casi inmediatamente llegó el segundo hombre.

Volvieron a llamar a la puerta.

Volví a abrir.

Un hombre como el anterior se introdujo y exigió una cerveza.

-Usted no puede negármela –dijo-. Sería mala educación.

Yo no quise discutir y se la entregué.

El hombre se la tomó de un sorbo.

-Su puerta es extraña –comentó entonces-. Aunque todas las puertas son extrañas. Yo creo que usted ya sabe, en todo caso…

Yo asentí.

-Tenía que decirle algo, pero lo olvidé –dijo finalmente el hombre, antes de irse-. Debiera darme risa, tal vez, pero siento una sensación de pesar… creo que era importante…

-No se preocupe –dije yo-. Váyase tranquilo.

El hombre hizo una sutil reverencia, y se marchó.

Así, le llegó el turno al tercer hombre.

Tocó la puerta.

Esperé.

Por un momento pensé que se trataba de un error, pero insistieron.

Así, finalmente, resultó que abrí.

El hombre me era familiar, pero no sabía de dónde.

 Le pedí que me dijese su nombre… qué quería… cuáles eran sus planes.

-No es prudente hacer planes –creo que fue lo que dijo.

No insistí.

El hombre habló entonces del fuego, de una construcción de piedra y algo mencionó también sobre el mensaje de una chica.

-¿Quiere una cerveza? –le ofrecí.

Él dijo que no.

Yo tomé por los dos.

-Me iría de este lugar, pero nadie más va a venir, en este tiempo –dijo el tercer hombre, excusándose.

-Yo me las arreglo -dije yo.

Y claro, no recuerdo si fue entonces que el hombre se fue o simplemente se paró a mirar, a mis espaldas…

Lo que sí sé, es que la puerta no sonó otra vez, hoy día.

Por lo mismo, no sé si llamarla puerta, todo el tiempo.

¿Se puede resumir, entonces...?

Lo intento.

Hoy han venido tres hombres, decía.

Pero el día ya se acaba.

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