martes, 12 de marzo de 2013

Vian, el hombre bomba.



Hay que drenar la sangre.

No importa el método.

Vivir puede ser un método.

Morir puede ser un método.

Lo digo pensando en hoy, claro.

Acotando márgenes.

Abriendo incluso una pequeña herida.

Y es que mantener abiertas las heridas
es también mantener la sangre fresca.

No sé si se entiende.

Pero háganlo pronto,
porque voy a explotar.

No es símbolo ni metáfora.

Es una promesa de explosión, sin más.

O si se quiere, un aviso.

Y es que la sangre necesita aire.

Por eso voy a explotar.

No diga usted que no avisé.

Acerquen así a los niños.

A los jóvenes.

Y hasta a los viejos.

La explosión alcanza para todos.

¿Más directo…?

Pues bien… quiero su sangre esparcida.

Verla volar por los aires, me refiero.

Nada de protecciones.

Nada de señales para desactivar lo que nació para ser explotado.

Quiero ver su sangre esparcida, decía.

Quiero observar ese instante.

Nada de plazos extras.

Las oportunidades siempre estuvieron dadas.

Tómelo usted como un regalo, si quiere.

Piense que es algo así como una oportunidad única.

Una especie de ofrecimiento, inclusive.

Y es que al menos una cosa, debiese ser definitiva:

Hay que drenar la sangre.

Es decir… todo debiese, finalmente, resumirse a eso.

Mirarlos a ustedes.

Sonreírles.

Explotar.

Nada de complicaciones extra.

De improviso.

En el instante preciso en que usted creyó que solo bromeaba.

Justo cuando me dio su confianza.

Porque claro… parte del valor de la vida se refiere a eso.

Me refiero a explotar.

O a la decisión de explotar, más bien.

Porque vivir no es necesariamente no explotar.

Y eso hay que aprenderlo.

Explotar para resignificar.

Para alcanzar la plenitud justo en el instante de la sangre libre.

Lo digo pensando en usted, no se asuste.

Hay que drenar la sangre.

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