miércoles, 10 de abril de 2013

Pelearse con un buen tipo.



Faulkner era un buen tipo.

Cabrón, pero buen tipo.

Tanto que yo, borracho, lo hubiese obligado a pelear.

Da lo mismo cómo, pero habría conseguido el objetivo.

Y es que es una mala costumbre que tengo.

Pelearme con buenos tipos, me refiero.

Buscar los ojos, mientras llega un golpe.

Pegar unos cuantos, claro.

Y hasta admirarlo un poco, si pelea limpio.

Así, lo hubiese obligado a mostrar su fuerza.

A demostrarme que iba en serio, me refiero.

A tragar de vuelta su propia sangre, en definitiva.

Y a seguir tomando luego que los golpes hubiesen acabado.

Con todo, no sé por qué se llega hasta ese punto.

Es decir, lo he pensado varias veces, pero apenas esbozo unas pobres hipótesis.

Quizá, pienso, los buenos tipos saben que no se puede golpear lo importante…

O tal vez y hasta piensan que es una forma de remecer al ser humano…

Cómo sea… lo cierto es que un buen tipo nunca se ha negado a ir de golpes.

O no, al menos, con otro buen tipo.

Tiene que ver con la confianza, supongo… o incluso con la fe en el ser humano.

Algo así me explicaba un amigo con quien tuve una pelea memorable, hace al menos siete años.

Él me torció la nariz y yo le saqué un diente, por cierto.

Aunque a ninguno, eso sí, nos importaba aquel detalle.

A Faulkner, en tanto, habría que darle fuerte y sin reparos.

Pues es de esos que hasta pueden haber olvidado lo que son.

Usted tampoco se contenga, mister William, le diría.

Así, finalmente, trataría de ponerme de perfil…

Por si en una de esas me endereza la nariz, con otro golpe.

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