miércoles, 26 de junio de 2013

Vian, el muñeco y el ventrilocuo.


-¿Desde dónde crees que sale mi voz? –dijo el muñeco.

Yo lo miré y me fijé también en el tipo que lo sostenía, quien fingía mirar hacia otro lado.

El hombre y el muñeco, por cierto, estaban vestidos de la misma forma, sentados en el banco de una plaza.

-¿Y bien…? –insistió-. ¿Desde dónde sale mi voz?

Yo dudé si contestar o no, por un momento.

De hecho, de haber estado sobrio, creo que simplemente habría pasado de largo.

-Tu amigo habla por ti –le contesté, indicando al hombre, que lo sostenía.

-No te pregunté eso –insistió el muñeco, sentado en las piernas de aquel hombre-. ¿Desde dónde sale mi voz?

Yo me molesté un poco, ante la insistencia.

-Sale desde el hombre sobre el que estás sentado –contesté, algo molesto-. Eso es lo que te decía.

-Y en el caso de ese hombre, si es cierto... –agregó-, ¿desde dónde sale su voz?

-No sé, hueón –le dije-. Pregúntale directamente, si te interesa.

El hombre que cargaba al muñeco apagó el cigarro, y se dispuso a aclarar.

-Yo no hablo con ese hueón –señaló.

-Supongo que está bromeando… -comenté-. A veces hay diálogos ásperos, pero usted es el primer ventrílocuo que se comporta de manera tan tajante… y hasta agresiva...

-Hablaba con el muñeco –señaló.

-Esperé que sonriera –alguno de ellos, al menos-. Pero nadie lo hizo.

-Nadie sabe de dónde sale tu voz –continuó el muñeco-. Yo a veces creo que hay una estrella que habla por mí, y yo simplemente traduzco.

-¿Una estrella?

-Sí. Una estrella –explicó-. Un día no hablas y de pronto te sorprendes porque tu discurso es lúcido, y hasta parece que alguien hablara por ti… Y hasta te sorprende su discurso...

-¿Eso sientes tú? –pregunté.

-No hablo de sentir… -volvió a decir el muñeco-. Hablo de un origen… de un punto de partida de aquello que decimos… ¿Piénsalo un poco…? ¿De dónde sale tu voz, por ejemplo?

-¿De dónde sale mi voz? –repetí, para ganar tiempo.

El muñeco asintió.

El hombre, en tanto, había vuelto a fumar.

Y bueno… Juro que intenté encontrar una respuesta satisfactoria, pero lo cierto es que no pude hacerlo.

-Creo que no lo sé –confesé entonces.

Entonces, el muñeco se acomodó, sobre las piernas del hombre, y pareció ponerse serio.

-¡Eso es lo primero que hay que saber! –me recriminó, finalmente-. ¡Cómo vas a andar hablando por ahí, sin saberlo…!

Yo bajé la vista.

Por último, el hombre tomó al muñeco y se puso de pie, sin siquiera despedirse y alejándose de forma brusca.

Yo, en tanto, cerré mis ojos y me concentré un momento, para rastrear desde dónde venían mis palabras.

Y claro, no me fui del lugar, hasta que logré entenderlo.

Hay que cambiar algunas cosas, me dije, finalmente.

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