jueves, 22 de agosto de 2013

En la fábrica de plástico.


Trabajé poco más de tres semanas en una fábrica de plástico.

Yo debía vaciar unos sacos en unas máquinas que básicamente revolvían un montón de componentes.

El olor mareaba y varias salas tenían lavamanos de emergencia, para aquellos que vomitaban.

Yo no vomité nunca en esas tres semanas.

Y claro… eso bastaba para ser considerado un tipo duro ahí dentro.

Quizá por eso, el jefe máximo me ofreció hacerme cargo de aquellos chicos que llegaban.

Tienes que hacerles ver que el trabajo no es tan duro, me dijo.

Yo acepté.

No era un trabajo tan duro, pensaba.

Así, resulto que en mi tercera semana me vi a cargo de unos doce chicos.

Estaban recién salidos del colegio, como yo, salvo que ellos venían del sur y no seguirían estudiando.

Lo supe porque tuve acceso a sus fichas y peticiones de ingreso.

Con todo, apenas alcancé a estar cuatro días con ellos hasta que me di cuenta que no podía hacerles ver que el trabajo no era tan duro.

Así, tras pensarlo un poco, fui donde el jefe a comunicárselo.

Quiero volver a vaciar los sacos, le dije.

El jefe me miró y me dijo que lo quería realmente era ser como esos chicos.

Incluso vomitar como esos chicos, me dijo.

No sé qué quiso decir, pero lo sentí como una ofensa, así que hice algunas cosas.

Luego renuncié, antes que me echaran.

Entonces, uno de los doce chicos llegados del sur, tomó mi lugar.

Quizá tampoco vomitaba y eso le hacía parecer un tipo duro.

¡Pobre tipo duro!

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