lunes, 26 de agosto de 2013

¡Pobre gallina...!


I.

De pequeño tenía una vecina que era muy buena. O al menos eso decían todos. Y es que ella hablaba con los mayores siempre con las manos atrás y utilizando un tono afable. Les preguntaba cómo estaban y esas cosas. Además usaba pinches con formas de mariposas de colores y tenía vestidos llamativos.

Pues bien, ocurrió que una vez a esa niña le regalaron un pollito. Un pollito pequeño y amarillo como todos los pollitos que he visto. Bonito, pequeño y bien ruidoso.

Yo lo vi porque ella lo sacaba cuando iba al almacén y se lo enseñaba a quien pasara junto a ella. De hecho, sé que le había puesto un nombre gracioso, aunque con el tiempo lo he olvidado.

Así, sucedió que el pollito fue creciendo y oscureció sus plumas. Entonces, su apariencia cambió y dejó de ser un pollito tierno y pasó a ser una gallina pequeña. Una gallina que no se podía sacar en brazos, por cierto.

Con todo, mi madre comentó un día que la niña era tan buena, que se había negado a que mataran a esa gallina, y que la madre le había tenido que jurar que nunca se la comerían y que la tendrían con ellas hasta que ella –la gallina-, muriera de vieja.

-¿Y eso es bueno? –recuerdo que le pregunté a mi madre, aquella vez.

Y ella, sin dudarlo, dijo que sí.


II.

Me obsesioné con esa gallina cuando supe que iba a morir de vieja.

Es decir, me gustaba mirarla, por el patio, mientras picoteaba el suelo.

Incluso, recuerdo haber llegado a la conclusión que esa gallina picoteaba la tierra sin hambre… ya que siempre había maíz arrojado sobre el suelo.

Y claro, a partir de esas observaciones, comencé a cuestionarme sobre la vida de esa gallina… y en si era bueno o no mantenerla con vida, hasta que muriese de vieja.


III.

¡Pobre gallina…!

Estaba condenada a crecer sola en el patio de una casa donde, a pesar de no comerla, ya nadie la tomaba mucho en cuenta.

Esa era la verdad de esa gallina.

Le di vueltas a esa idea, hasta que me decidí.

Así, aprovechándome que yo no era bueno, decidí entonces liberar yo mismo a esa gallina. Hacerla libre.

Ahorraré detalles para decir que aquí fue, de cierta forma, mi primer asesinato.

Yo tenía 11 años.

Después vinieron otros, pero eso es otra historia.

La niña, por ciertoo, se fue del lugar a los pocos años.

Yo, que no soy bueno, olvidé hasta su nombre.

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