domingo, 22 de septiembre de 2013

Cosas que no se encuentran en los libros.


Es cierto, hay cosas que no se encuentran en los libros. Sin embargo, hay cosas que tampoco se encuentran en sitio alguno. De ahí que algunos se engañen y comiencen a buscar esas cosas en los otros. Y depositan su fe en los otros. Y luego culpan a los otros por perder la fe.

Esa es la principal diferencia entre los libros y los otros.

Me refiero a que no acostumbramos culpar a los libros. Y claro, no lo hacemos principalmente porque la fe no se separa de nosotros mientras estamos con los libros. Esto, ya que estamos  acostumbrados a verlos como objetos. Y desconfiamos de los objetos. Y nos sentimos solos entre los objetos. Y estamos obligados a cargar, por ende, nuestra propia fe.

Con todo, la fe no es tan pesada como parece. De hecho, su peso no puede diferenciarse de nuestro peso propio. Por lo mismo, no podemos separarla de nosotros, como hacemos con un libro, o como ya está dado de antemano, con los otros.

Por esto, es un error cuando decimos que perdimos nuestra fe, puesta que nuestra fe –justamente por ser nuestra-, no puede perderse, si no nos perdemos nosotros mismos.

En este sentido, sería válido que pensar que cuando decimos que perdimos nuestra fe, lo que verdaderamente extraviamos, es nuestro ser completo. O el yo indivisible, como diría Wingarden.

Así, retomando lo anterior, podríamos concluir que ante esa pérdida, lo único que puede servirnos como referencia –al menos si escogemos entre los libros y los otros-, son los libros. Esto, ya que los otros, al ser otros propensos al extravío no pueden entregar punto de referencia alguno, para recuperar lo extraviado.

Los libros, de esta forma, si bien no ofrecen en sí mismos, lo extraviado, permitirían guiar la recuperación de lo perdido, como referencias a nuestra fe.

Eso también es cierto.

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