lunes, 16 de septiembre de 2013

Puertas.


-Si veo una puerta la golpeo –me dijo-. Para eso están las puertas. No pienso para qué, ni le doy vueltas al asunto, simplemente golpeo y espero, junto a ella.

-¿Y qué esperas? –pregunté.

-Que abran. Que la puerta sea abierta y aparezca alguien. Luego ya se verá.

-¿Y si no abren?

-Si no abren no es puerta –me dijo-. O al menos me convenzo que no es puerta. Entonces busco otra.

-¿Para qué?

-¿Para qué, qué…?

-¿Para qué buscas las puertas?

-No sé bien… es parte de la vida, supongo… Además no hay que buscar mucho. El mundo está lleno de puertas.

-¿Y has pensado por qué?

-¿Por qué hay puertas?

-Sí.

-Pues para golpearlas… ¿para qué más?

-¿Y si fuese una trampa?

-¿Las puertas?

-Claro… ¿qué pasa si las puertas son trampas?

-No te entiendo.

-¿Qué pasa si las puertas son trampas…? ¿Qué pasa si son un engaño para que no te quedes en ti mismo?

-¿Y quién ganaría algo con eso?

-Quizá nadie, pero tú perderías.

-¿Así prefieres ver las cosas?

-No sé si lo prefiero. Así las veo, simplemente.

-Pues yo sí prefiero verlas de otro modo -señaló.

Nos quedamos en silencio un rato.

-¿Sabes qué va a pasar? –pregunté entonces.

-No –contestó.

-Un día vas a golpear una puerta, la puerta va a abrirse y va a ser una salida…

-¿Una de esas de emergencia?

-Claro… algo así…

-Pues si eso ocurre, saldré por esa puerta –contestó.

-Quizá ya lo hiciste.

-…

-Quizá ya caíste en la trampa.

-…

-Ya ves. Ahora solo me falta cerrar la puerta –señalé.

Dejé pasar, entonces, unos segundos.

Y la cerré.

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