domingo, 15 de septiembre de 2013

Una luz que se enciende.


La luz se enciende en una pantalla verde. Nosotros estamos en la habitación. Somos tres. Tres iluminados por una luz que llega hasta nosotros con un tono verde. Tres bajo el agua. Detenidos en una posición como si se tratase de un juego. Y es que somos un triángulo, pienso: A, B y C. Calculo las distancias y pensó que bien podríamos ser un triángulo equilátero, incluso. Aunque la perfección es difícil. Hace un momento estábamos hablando, pero entonces comenzó la luz y llegó hasta nosotros el tono verde. Creo que fue A quien primero lo dijo: “es como estar bajo el agua”, fue lo que dijo. B y yo nos miramos y pensamos que era cierto. Entonces dejamos de hablar. Puede que incluso nos hayamos desplazado, levemente, luego de aquello. B parece darse cuenta. Hace un gesto como mirándose los pies y A y yo también lo imitamos. Luego nos miramos a los ojos. Los tres intentamos mirarnos a los ojos, pero no se puede. No al mismo tiempo, al menos. Es por eso que buscamos escoger. Escoger sin dañar a nadie, me refiero. A me observa. Sé que pensamos lo mismo, mientras nos miramos. B también lo hace y mira a A. Luego a mí. Si no fuera por esta luz quizá podríamos hablarlo. Aunque las palabras no necesariamente serían las correctas. A veces nos pasa. De hecho, yo ya estoy cansado de que ocurra. Esta vez fue por la luz verde, pero podría haber sido en realidad cualquier cosa. Uno de nosotros deberá dar un paso. Quizá aguantaremos hasta que la luz se haya ido para no defraudar al otro. Luego vendrá esa palabra que no era y volveremos, por un rato, al silencio. Con todo, alguna vez al volver las luces ya no seremos tres y las cosas cambarán drásticamente. El ahogo, incluso, será otro. Ese es mi mayor miedo y mi mayor esperanza. Mi frente está intacta. La luz vuelve a encenderse, en una pantalla verde.

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