viernes, 18 de octubre de 2013

Una manzana. Una ventana. Un corazón.

“Las cosas no tienen significado: tienen existencia.
Las cosas son el único sentido oculto de las cosas.”


Yo tenía la ventana abierta.

Y una rama del manzano se metió hacia mi cuarto.

Al principio era pequeña, pero hizo calor y la dejé entrar.

Entonces, la rama se hizo tan grande que hasta comenzó a dar frutos.

Y fue así que una manzana apareció justo en el interior del dormitorio.

No hay otra explicación.

No hubo premeditación ni sensación previa.

Todo fue natural como el nacimiento del sueño.

Y claro… una manzana y una rama llevan a que tarde o temprano la fruta caiga.

Y las frutas son bellas, pero les cuesta hablar.

Les cuesta encontrar las palabras adecuadas así que te miran, en silencio.

Pero lo cierto es que eso basta.

No hay queja.

La dulzura y la belleza, hacen el resto.

Tomar la manzana.

Enterrar suavemente los dientes en ella.

Eso basta.

El aroma, también… la tersura.

No importa si dice algo.

No importa si parte de aquello que dice, se desgaja de ella, como una verdad en parte.

No importa, pero se agradece.

Y es que quizá por eso, incluso, tomo con ternura la manzana que ya se desprende.

La dejo junto a mí.

La observo.

Y ya no sé si es sueño, o si ella me observa.

O si decimos observar porque hablar de amor, o de deseo, es cursi.

En el sueño, además, ella tiene voz de agua.

Ya no sé si es manzana o es un corazón.

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