viernes, 27 de diciembre de 2013

Casi.


Poco antes que la comida esté lista, me gusta abrir la tapa de la olla. El arroz casi listo, por ejemplo. El aroma. El último vapor de la cocción. Es una sensación extraña. Prácticamente lo contrario a asomarse sobre un ataúd. A veces y hasta pruebo un poco. Me gusta el sabor que indica que aún le falta un poco de cocción. Pruebo un fragmento mínimo, por cierto. Unos cuantos granos de arroz, un solo tallarín, un poquito del zapallo italiano, que preparo para un budín. Todo un poquito crudo, todavía. Falta un momento. Un par de minutos casi siempre. Un minuto. Me gusta ese instante. No importa el ámbito, pero me gusta aquel instante. Mirar a la gente antes que comiencen a hacer algo, por ejemplo. Antes que despierten. Antes que enciendan o apaguen el motor. Antes que deban hablar en público. Ese instante en que están también un poquito crudos y no se han cubierto para la próxima acción. Es como en el Hobbit, el momento en que el dragón Smaug se descuida y permite que Bardo, el arquero, lance la flecha que ha de dar en su único punto vulnerable. Aunque claro, yo por lo general no disparo flechas. Solo observo. La pequeña debilidad. El descuido. El último vapor de la cocción. Todo un poquito crudo. Casi.


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