lunes, 6 de enero de 2014

Sin piñata no hay posada.


Nunca alcanzó a ser triste…. Es decir, no fue una tragedia y no lo cuento por eso, pero si me pides una historia triste debo contar esa… Y es que no es triste, pero no hay otra palabra que se acerque a lo que es, salvo esa, ya sabes… a veces no conoces el nombre de algo, pero debes decirle de alguna forma… ¿Puedes estacionar un momento…? Sí, solo un poco, a un costado… Gracias. Sí… Necesito un cigarro para mantenerme a flote. Mi abuelo decía eso, lo de mantenerse a flote, me refiero. Pero claro, los muertos también flotan. Y mi abuelo está muerto, sabes. Se murió cuando yo tenía trece. Creo que él tenía mil. O dos mil, no sé. Pero el punto es que tenía el máximo. De hecho, yo cumplía años el mismo día que él y hacíamos una fiesta. A lo mejor yo no sabía contar bien por ese entonces, pero recuerdo haber contado más de 1200 velas en la torta del abuelo… Sé que es absurdo y que ni siquiera caben, pero mi recuerdo es ese. Así, decir otra cosa sería más cercano a la mentira que ese mismo recuerdo. El punto es que en uno de esos cumpleaños dobles fue que ocurrió la historia. Yo debo haber tenido 9 años, no sé… Recuerdo que esa vez invité unos amigos y vinieron además unos primos. El punto es que éramos hartos. Y había una piñata. Ese es el centro de la historia, de hecho. Mi abuelo había llegado con la piñata igual que el señor Barriga en las fiestas de la vecindad. Sin piñata no hay posada, recuerdo que decíamos. No sé bien por qué, pero nos daba mucha risa. Entonces fue que mi abuelo se acercó y me dio las indicaciones para el momento de la piñata. No solo como partirla sino también como atrapar más dulces, cuando estos cayeran. Posiciones de piernas, desplazar a los otros, utilización de los bolsillos… fueron varias cosas, según recuerdo. Todas traducidas en una sensación como de odio, cuando estábamos bajo la piñata. Un odio estúpido, pienso ahora, pero mi abuelo me había enseñado a odiarlos, en ese instante… Y bueno, fue entonces que abrieron la piñata y comenzaron a caer cosas. En principio todo nos empujamos, bajo la piñata, pero no caía ningún dulce. Es decir, nos peleábamos por un montón de serpentina, challas y esas cosas, pero no caía ningún dulce. Recuerdo que me fijé en los otros niños y vi que ninguno tuvo mejor suerte. Aunque claro, nadie lo admitía. Es extraño, sabes, pero justo fue esa imagen la que me quedó grabada... algunos invitados esforzándose por agarrar para sí aquello que caía de la piñata y que resultó no tener valor alguno. Hoy sospecho que mi abuelo ni siquiera sabía que había que meterles dulces dentro. Esa vez en la noche, por ejemplo, comentó que no había visto mucho dulce y que por el peso de la piñata él pensaba que traía hartos. Por lo mismo… porque tiene un lado absurdo, me refiero, es que digo que esa historia no alcanzó a ser triste… Pero se acerca sin duda porque ese día mis amigos, mis primos, bajo la piñata… empujándose… me enseñaron también otra cosa… ¿se entiende…? Ok. No... no recuerdo años después otra piñata... Si, de acuerdo... si quieres nos vamos.

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