miércoles, 26 de febrero de 2014

Mi amigo Áyax.

“Solo el alma de Áyax Telamonio
se mantenía aparte,
irritada por la victoria…”
La Odisea.


I. Acercamiento.

Si bien lo principal en la trama de la Pequeña Ilíada parece ser el episodio del caballo de Troya, no deja de asombrarme cierto acercamiento al personaje de Áyax, dado en un inicio de dicha epopeya (de los fragmentos que quedan de ella realmente) y que retomará Sófocles –aunque haciendo hincapié en otros aspectos-, en la tragedia que lleva el nombre de dicho héroe.

Así, en la Pequeña Iliada, de Lesques de Mitilene, se narra el juicio realizado luego de la muerte de Aquiles, para determinar a qué campeón (Áyax o Ulises), han de entregarle las armas del muerto.

De esta forma, para dirimir la cuestión, se decide recurrir a los comentarios de los enemigos sobre los héroes en disputa, resultando favorecido, en primera instancia, la figura de Áyax, quien habría recuperado el cadáver de Aquiles, en medio de la refriega.

Sin embargo, tras la intervención de Atenea, es Ulises quién termina quedándose con las armas, puesto que él habría facilitado, al seguir luchando, que Áyax protegiese el cuerpo del caído.

La importancia de este hecho, por cierto, es que la derrota en este juicio habría provocado la locura de Áyax, quién, confundido a través de un artificio de Atenea, termina atacando a un rebaño de corderos, mientras pretendía atacar al propio Ulises y a otros soldados.

Por último, tras darse cuenta de su engaño, Áyax, único héroe griego que nunca solicitó ayuda ni fue ayudado por Dios alguno, se quita la vida, consciente de que su sangre había sido siempre humana, y no había sido contaminada por los dioses.


II. Origen de la locura.

Lo que me interesa de la visión entregada en la Pequeña Ilíada, respecto a la locura de Áyax, es que este no habría enloquecido simplemente por la derrota, sino “por las razones de la derrota”.

Así, lo que realmente habría llevado a Áyax a “renunciar a la razón” es que los jueces hayan considerado más importante la matanza de Ulises, que el rescate del cuerpo de Aquiles, abriendo con esto un espacio para la reflexión sobre la nobleza de las acciones que determinan el sentido de la vida de los hombres que han ido a la guerra.

De esta forma, las armas de Aquiles adquieren una doble significación: la de ser protección de la vida de un hombre (concepto primario de armadura) y la de estar hechas para matar a los otros.

Hombres movidos por los dioses, dice entonces Áyax, han renunciado voluntariamente a la protección de aquello que eran ustedes por sí mismos… y así, hasta yo mismo, conservándome, me he perdido entre ustedes y los dioses.


III. Mi amigo Áyax.

Debo reconocer que en un principio, quería escribir un poema sobre Áyax.

O hasta una canción.

Algo chistosos –a mi manera-, como un “Áyax no te vayax” o “cuando anduvimos en káyax” o cosas de ese estilo.

(Lo hice, de hecho).

Pero entonces, buscando otras referencias, encontré aquella de Ulises cuando viaja al infierno y encuentra a Áyax retirado, a solas… descrita en La Odisea:

“Solo el alma de Áyax se mantenía aparte…”

Y bueno… me puse mamón… y lo borré.

Aunque claro, luego quizá lo hice peor, pues traté de tomar distancias -que es lo que he estado haciendo este último tiempo en muchos de los textos de este blog-, y escribí, sin pensar mucho, los dos puntos anteriores.

(…)

Vuelvo entonces a pensar en Áyax:

En el rescate del cuerpo de Aquiles.

En su vida sin dioses y sin poderes heredados, fuera de su propia humanidad.

En su vida sin derrotas más que por el juicio de los otros.

En su aspecto de Quijote luchando contra los corderos.

¿Y saben…? Decido entonces que es mi amigo.

Así de simple, aunque con un montón de cosas no dichas y otro montón mal dichas.

Mi amigo Áyax, simplemente.

Nada más.

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