domingo, 2 de febrero de 2014

Un chicle bajo la mesa.

“No cambiar nada,
para que todo sea diferente”


Esa delicadeza no es mía. Ni fuerza ni delicadeza, si soy sincero. Constancia quizá. Sí, eso. Eso recuerdo de ese entonces. Unos tíos me llevaban a la playa. También me compraban ropa. Creo que ellos discutían. Yo iba en el auto, en silencio y ellos discutían. Paramos en un restaurant. Nunca había estado en un restaurant. Creo que era el de un hotel, aunque el recuerdo está borroso. Tenía manteles. Eso lo recuerdo porque yo pensaba qué hacían con ellos cuando se ensuciaban. Me refiero a que la gente comía y no se ensuciaban. O no los cambiaban, al menos, a la vista de todos. Entonces me preguntaban por el colegio y esas cosas. Yo respondí. Luego pedí de comer lo más barato. Sin bebida. Dije que no tenía sed. Toda la gente en las mesas parecía importante. En medio de proyectos, cosas por hacer. Podías creer en ellos, me refiero, como en los manteles limpios. Fue entonces que a mi tía se le cayó algo y yo me agaché a buscarlo. Puede haber sido un anillo, no recuerdo. Y claro, ahí lo vi. Bajo toda esa pulcritud había un chicle bajo la mesa. Lo miré. Luego recogí lo que se había caído y terminé la comida. Pasé al baño antes de irme. Aproveché de tomar agua. Otras personas entraban ponían expresiones serias frente al espejo y volvían a salir. Ellos tienen chicles bajo la mesa, pensé. Mastican chicle. Mastican con desgano, imaginé. Estoy seguro que no recuerdan el sabor. Mis tíos me habían comprado zapatillas. Yo llevaba un cortaúñas en el bolsillo, que me había echado mi mamá. El cortaúñas tenía una pequeña navaja. Cuando nadie me vio saqué la navaja y le hice un par de cortes a mis zapatillas. Tienen chicles bajo las mesas, pensaba. Entró mi tío y me preguntó si estaba llorando. Yo le dije que no. No lo estaba, de hecho. Antes de salir miré mi rostro en el espejo y se veía triste. Delicado, incluso. Esa delicadeza no es mía, me dije. Ni fuerza ni delicadeza, si soy sincero. Entonces, salí del baño con una mano en el bolsillo empuñando mi pequeña navaja. Y no, tampoco es constancia, ahora que lo pienso. Otra familia se sentó en la mesa que habíamos dejado.


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