lunes, 21 de abril de 2014

El motor del mundo.



Voy a una exposición sobre motores.

Motores de automóviles, de vehículos acuáticos, de pequeños aeroplanos.

Todo parece muy interesante.

Sin embargo, más allá de las características de tamaño, forma y potencia específica, me quedo finalmente leyendo unos documentos sobre la posición de los motores en distintas maquinarias.

Es decir, me quedo investigando sobre la eficiencia de ubicar un motor en la parte trasera, media o delantera de una máquina cuyo objetivo es impulsarse a sí misma.

Así, dentro de los textos que acompañan esta sección de la exposición, me encuentro de pronto con algunos que señalan dónde debiese tener el motor el hombre mismo, para rendir más eficientemente en relación a la energía que gasta en su desplazamiento.

Asimismo, dicho ejercicio también se realiza con otros animales… y hasta con el mundo mismo, visto como máquina.

Y claro… como decía, todo parece muy interesante.

Finalmente, tras el cierre de la exposición, me tomo una cerveza con un tipo bastante molesto quien quiere ofrecerme un trabajo de corrección para unos catálogos.

-Realmente no lo comprendo –me dice, tras negarme a su proposición-. Después de todo, la ambición es el motor del mundo…

-Es que yo no necesito motor –lo interrumpo, mientras salgo del lugar-. Además el mundo va en bajada.

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