lunes, 16 de junio de 2014

Llegar a casa pronto.

“Estoy cantando porque pronto llegaré a casa”
J. F.


No es que no te guste tu trabajo, pero te alegras si sales antes para regresar a casa. Una eventualidad, un pequeño desajuste y de pronto tienes cien minutos a tu disposición. Apenas te informan y ya cambia el ánimo. Algunos colegas hablan de pasar a algún sitio, pero finalmente optan por volver a casa. Haces y deshaces algún plan, piensas en pasar a comprar algo. Finalmente no haces mucho y simplemente regresas. Enciendes la tv y observas programas que nunca alcanzas a ver. Malos programas. Con esta luz se nota más el desorden. Tal vez debas reorganizar un par de cosas. Si tienes hijos pasas un rato con ellos y quizás hablas de hacer algo, porque hoy volviste antes, explicas. Hasta mencionas la idea del cine, pero sabes que el tiempo extra no es el suficiente y además hay que preparar las cosas para el otro día y está el trabajo ese de artes en que no lo has visto avanzar y quizá puedas ayudarle. Además no hay nada nuevo en el cine. Entonces te das un tiempo y te sientas a hacer algo. Hojeas un libro, una revista, un diario, mientras los Simpsons se mueven en silencio por la pantalla. De pronto, algo somnoliento, observas el reloj. Está colgado en la pared y te entrega la hora de siempre. La hora en la que siempre llegas, me refiero. Preparas algo de comer. Si tienes pareja es probable que ella llegue y conversen un poco. Tú le cuentas que te dejaron salir antes. Lo intentas contar con emoción, pero el corazón latió a la misma velocidad de siempre. No es terrible, no creas. No hay ironía en esto. Puedes mojarte la cara, caminar, mirar el cielo. Puedes respirar hondo, simplemente. Volver a tu hijo, a tu pareja, a tu biblioteca. Tienes más de lo que otros tienen. Antes de dormir riegas el jardín. Miras en él como crece la maleza. No es fea la maleza, ahora que te fijas. Es decir, es dispareja y parece más viva que el resto del jardín. Por la ventana ves a tu hijo lustrar sus zapatos. A veces lo miras un poquito, cuando duerme. Te duchas. Te quedas un largo rato bajo el agua. No vas a llorar, piensas. No hay tragedia en esto. Te acuestas. No para dormir aún, pero te acuestas. Si tienes pareja te quedas con ella, a su lado. No es que no te guste tu casa, pero piensas en dormir pronto para llegar descansado al trabajo. Cierras los ojos. Afuera no hay estrellas ni hay luna.

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