viernes, 20 de junio de 2014

Todos lo vieron.


No digan que no. Todos lo vieron. Yo lo dije en voz alta, pero todos lo vieron. Ya saben: el caballo que llevaba un jinete muerto encima. Andaba por las calles, como perdido. Molesto por las bocinas y porque se le acercaban demasiados chicos para sacarse fotos junto. Por eso y por más estaba molesto. Porque nadie desenganchaba el cadáver, yo creo. Porque el muerto no era de nadie. Porque todos comentaban su presencia, pero no la muerte que cargaba. No digan que no. No lo nieguen. Un hombre muerto no es un hombre, parecen pensar todos. Y nadie puede pensar que un caballo se dirija por sí mismo hacia algún sitio. Es un caballo perdido, se dicen. Pero ellos no saben nada. Todos lo piensan, pero nadie lo dice. Lo piensan incluso de sí mismos. Quizá por eso les importa tan poco aquello que va aún, sobre el caballo. El muerto que se aferra como un mal recuerdo. Hacen como si no estuviera. El problema es un caballo suelto, simplemente, en estas calles. Así lo dicen en la radio. Así aparece la nota, en televisión. Así comentan todos a la hora de almuerzo. Eso dicen, pero las imágenes no mienten. No digan que no. Mañana volverán a hablar del clima y del fútbol y hoy que pudieron darse cuenta no lo hicieron. Diremos que lo cierto es que atraparon al caballo. Lo llevaron a un corral. Deben de haber desenganchado al muerto. Quizá alguno lamentará la oportunidad. Solo alguno. Y es que resulta difícil que vuelva a repetirse. No digan que no. No lo nieguen. Resulta difícil que vuelva a repetirse.

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