lunes, 14 de julio de 2014

¡Dígale que no a esa pelota...!



Estoy viendo el festival de cuadrangulares por ESPN.

De vez en cuando un bateo espectacular.

El público grita.

Cuatrocientos veinte pies…

Cuatrocientos treinta…

Un chico en la tribuna atrapa tres bolas que fueron hacia el mismo sector.

Está vestido de naranjo y tiene una gorra roja.

Cuatrocientos treinta y dos…

Una breve entrevista a un jugador que dice que hay que golpear la bola como si fuese la muerte…

Otro bromea y dice que hay que imaginarse el rostro de la suegra…

Una cámara enfoca en detalle las expresiones de los espectadores.

Todos deben esperar un golpe a algo distinto.

Decirle que no a la pelota, como canta el relator.

Avanzan las series.

Algunos van al desempate.

Todo avanza según lo convenido.

Ahora regresa el favorito.

Ya está en semifinal y la gente lo recibe entre grandes aplausos.

Ya lleva seis cuadrangulares.

Entonces es el momento de un nuevo bateo.

Si lo conecta pasa a la final y ya no puede equivocarse.

¡Y lo conecta…!

Pero justo en ese entonces se filtra una imagen en la transmisión.

Una imagen que bien podría ser la de un bombardeo, en algún lugar lejano.

Una imagen casi imperceptible, pero que distrajo a todos.

No fue un segundo.

No alcanzó a ser medio segundo.

Todos vuelven entonces a buscar la pelota.

Los jugadores se miran entre sí.

Ni las cámaras la encuentran.

El chico de gorra roja mira sorprendido, hacia la cámara.

¡Dígale que no a esa pelota…!, dice el relator.

Un perro corre por la cancha.

Vuelven a lanzar la pelota.

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