domingo, 27 de julio de 2014

Parecía ser una hermosa vida.



Me la presentó un amigo casi como una rareza.

Una chica que recuerda hasta los más mínimos detalles, me dijo.

Tras conocerla me di cuenta, sin embargo, que su rareza era aún mayor, pues solo recordaba los detalles mínimos.

Me refiero a que olvidaba todo lo aparentemente importante y solo recordaba lo que nadie más guardaba en la memoria.

El rostro de un niño al que se le cayeron las cabritas en el cine.

La forma en que tomaba el lápiz la mesera de un restaurant.

Un gato que estaba tras una ventana un día de lluvia.

Por otro lado, ocurría que ella no era capaz de recordar qué película había visto, o qué había cenado en el restaurant, o con quién fue que caminó bajo la lluvia… aunque esto hubiese sucedido hacía pocas horas.

Salí con la chica un par de veces y sus rarezas no dejaban de asombrarme.

De hecho, puede que hasta haya pensado que era posible enamorarse de esas rarezas.

Y es que todo me parecía un tanto poético, en su forma de vivir.

Y claro… también un tanto cercano.

No sé bien cómo explicarlo, pero era una vida que se alimentaba con terceros planos, con personajes incidentales, con aromas lejanos… parecía ser una hermosa vida.

Creo que se lo dije con esas mismas palabras, en ese entonces.

Pero claro, ella estaba concentrada en el sonido de un grillo y miraba con ojos vidriosos un poco de nieve, en la cordillera…

No alcancé a enamorarme, por suerte.

En cambio, me alejé con cuidado y me acostumbré a verla de lejos simplemente, en algunas ocasiones.

Una vez, de hecho, ambos nos quedamos mirando... reconociéndonos a distancia.

Esa vez, por cierto…creo que hasta lloramos un poquito.

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