sábado, 5 de julio de 2014

Ritos innecesarios.


De vez en cuando viene, es cierto. Sin avisar, sin una razón concreta, pero de alguna forma siempre sabes que va a venir nuevamente. La última vez, por ejemplo, apareció con un pastel de cumpleaños y dijo que debíamos celebrar. Cantó, trajo velas y hasta consiguió documentos alterados que le daban la razón. Tuve que aceptar. Canté, soplé las velas y hasta reconocí, como propios, los documentos alterados. Y claro, no pasó un mes antes que llegara con otro pastel y nuevas velas y documentos que tuve que aceptar, nuevamente, pues no me gusta discutir y además la idea de ser otro no es algo que me desagrade, mayormente. Con todo, el problema mayor radica en una especie de aburrimiento. No de ser otro, como ya dije, pues esa es una cuestión que tangencialmente acepto, pero lo lamentable es que a veces te olvidas del juego y terminas guardando los documentos falsos en la billetera y hasta confundes tu verdadero cumpleaños y se te olvida cuál de todas aquellas fotos era realmente la que te representaba… ¡Cuántas molestias innecesarias…! Y es que ese no es un juego que uno haya propuesto, después de todo. Y eso debiese bastar. Así, quemo finalmente documentos falsos y verdaderos y quedan simplemente cuatro letras intactas, entre la ceniza. Con eso debiese bastar, me digo entonces. Este no es un juego.

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