viernes, 11 de julio de 2014

Tristes tigres.



Cada cierto tiempo sueño con tigres.

Los encuentro de frente y suelo observarlos a los ojos.

Así, reprimiendo el miedo, intento en primer término no darles la espalda.

No sé si será una buena o mala estrategia, pero es lo que hago, cuando los encuentro.

En el último sueño de este tipo, sin embargo, reaccioné de forma distinta.

No es que no sintiera miedo, pero de pronto experimenté una especie de abandono.

Me refiero a que dejé de lado mi situación y observé de otra forma los ojos de los tigres.

Y claro, ocurrió que de pronto comprendí que ellos sentían miedo.

Un miedo de otra especie, claro… un miedo más complejo que el simple temor de ser comido.

Así, intentando nombrar ese miedo, llegué a pasar incluso por la palabra triste

Y decidí así que era incluso más cercana.

Tristes tigres, me dije.

Entonces, como si hubiese pronunciado una palabra clave… se abrió una extraña puerta en mis sensaciones.

Incluso, ante la dispersión que había tras esa puerta, nuevamente la frase acudió a mí, como una contraseña:

Tristes tigres, repetía.

Así, cada vez que la decía, era como si se abriese otra puerta tras la puerta ya abierta, y nuevamente el cúmulo de nuevas sensaciones se abría ante mí –y desde mí-, para ofrecer otros matices que no logro describir.

No sé si sirva para hacerse una idea, pero era como tener  un caleidoscopio en el corazón… una serie de nuevas sensaciones que pertenecían de los tigres, por cierto, pero que también, de cierta forma, compartía.

Nuevas sensaciones que estaban formadas por curvas, colores, y una tristeza nueva y vertiginosa.

Una tristeza animal, recuerdo que pensé en el sueño.

Una profundidad animal de la tristeza que subyace también en cada uno de nosotros…

Tristes tigres, dije entonces por última vez, frenando la caída.

Tristes tigres.

Tres tristes tigres.

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