domingo, 31 de agosto de 2014

Ninguno.



Ni Bukows.

Ni Dosto.

Ni Fante.

Ninguno de esos va a venir a revisar 200 pruebas.

Ninguno va a planchar tu camisa para mañana.

Ninguno te va a reemplazar para que visites a tu padre en el Hospital.

Ni Asturias.

Ni Onetti.

Ni Abe.

Ninguno va a darle un orden a tus cosas.

Ninguno te va a dar más tiempo.

Ninguno te va a servir de aval para la casa propia.

Ni la Highsmith.

Ni la Nothomb.

Ni la Lispector.

Ninguna va a estar a tu lado esta noche.

Ninguna te va a decir que descanses.

Ninguna va a decir tu nombre, antes de dormir.

Ni Bellow.

Ni Auster.

Ni Cheever.

Ninguno te traerá un café.

Ninguno te destapará el baño.

Ninguno limpiará tus muebles.

Ni Camus.

Ni Schopehn.

Ni Sartre.

Ninguno lustrará tus zapatos.

Ninguno te comprará aspirinas.

Ninguno te encaminará al trabajo.

Ni Rilke.

Ni Pessoa.

Ni Rimbaud.

Ninguno lavará tus ropas.

Ninguno pagará tus deudas.

Ninguno te cargará la bip.

Ni Kafka.

Ni Emar.

Ni Huidobro.

Ninguno leerá tus escritos.

Ninguno vendrá a visitarte.

Ninguno sacará la basura, por ti.


Y claro… las listas son largas y podría seguir así toda la noche.

Pero ninguno sería tocado, finalmente, en lo más mínimo.

Por otro lado, a veces llega Vonne, Kazant y hasta algún otro, que me recuerdan que hay que aceptar la gracia.

Y entonces yo les pido disculpas y reúno fuerza para partir de nuevo.

Por suerte, ellos no son rencorosos.

Me miran simplemente como un chico taimado y egoísta y hasta falto de talento.

Uno se ríe, uno bosteza, algún otro frunce el ceño.

Yo, en tanto, los vuelvo a ordenar.

sábado, 30 de agosto de 2014

Ratones.



M. me cuenta que se fue de vacaciones. Sin embargo, en vez de contarme sobre las vacaciones me relata la estrategia que utiliza cuando deja solo al gato. Me cuenta así que, como no tenía con quien dejarlo, se le ocurrió lo que le pareció una gran idea. Comprar unos cuantos ratones y dejarlos en el departamento, para que el gato los cace. Me pareció más sano, me dice, más auténtico que ese montón de comida envasada que me habían recomendado dejarle. La primera vez fue hace cinco años, me cuenta. Solo estuvo fuera por un par de días así que probó con un puñado de comida envasada y soltó además un par de ratones. Así, cuando volvió, aún quedaba un poco de comida envasada, pero no había rastro de los ratones. Salvo unas pequeñas manchas sospechosas, sobre la alfombra, me dijo. Según su relato, hizo lo mismo los años siguientes aumentando cada vez más el número de ratones, hasta las dos docenas de la última vez, cuando debió viajar poco más de tres semanas. Quizá exageré un poco, admite, pero estaban de oferta en una tienda que los vendía como comida de serpientes, y me entusiasmé. Como él parece pedirme aprobación, le doy la razón. Siempre lo hago. Entonces me cuenta la desgracia. Yo, por cierto, ya la había adivinado. ¿Te comprarás otro gato?, le pregunto entonces. Él saca cálculos. Se demora. Creo que necesito unos cuatro, dice entonces, o tal vez cinco. O puedes probar con serpientes, digo yo. M. parece considerar la idea. Tal vez el problema no sea ese, dice de pronto, entusiasmado. Así, finalmente, anota algo en un papel. Lo guarda en su billetera. No explica nada y se despide con torpeza. Termina el día. Esa noche, a solas, sueño con ratones. Es la primera vez que no me provocan asco.

viernes, 29 de agosto de 2014

Sentirse útil.



-¿Te acuerdas de mi abuelo…? Parece que tú lo conociste…

-¿Ese bien feo que vendía berlines en la estación de buses?

-No… esa era mi abuela…

-Chucha…

-No, no importa, si igual era fea… pero el punto es que mi abuelo le dio una especie de parálisis a partir de una trombosis…

-¿Por eso tu abuela tu que vender berlines y…?

-Sí, pero concéntrate en mi abuelo…

-Ya.

-El punto es que mi abuelo quedó casi paralítico y hasta medio tiritón… pero claro él intentaba tener algún movimiento…

-¿Y lo logró?

-Más o menos… o sea, podía mover un brazo, medio recogido, pero solo conseguimos que hiciera una acción útil…

-¿Una sola?

-Sí, imagínate, fueron como nueve años, con una misma acción…

-¿Cuál acción?

-Deja contarte po, hueón… no interrumpai tanto…

-Perdón…

-Bueno, como te decía, lo que ocurrió fue que mi abuelo, en la posición que le quedó el brazo, podía hacer funcionar un encendedor… de esos para cigarros… y desde que lo descubrió se puso alegre, y hasta la cara se le iluminó un poco.

-¿Y de qué le servía poder hacer funcionar el encendedor?

-No sé bien… sentirse útil, quizá…

-Mmmm…. ¿Y era útil realmente?

-Sí… o sea, más o menos…

-Pues no sé… Lo que ocurrió fue que de un momento a otro todos en casa comenzaron a visitarlo y pedirle que encendiese sus cigarros… ¡Hasta los vecinos!

-¿Y funcionó?

-Sí… De hecho el abuelo se veía algo más alegre en ese tiempo… tenía todo el día el encendedor en la mano…

-¿Por qué en ese tiempo…? ¿Murió tu abuelo?

-No, pero luego de lo de la abuela se puso triste y dejó el encendedor a un lado…

-¿La abuela de los berlines?

-Sí… ella fue la que se murió, de hecho.

-¿Y de qué murió…?

-Cáncer al pulmón... Manchas de nicotina... Por eso el abuelo se sintió culpable.

-Chucha…

-Sí po… así es la cosa…

-Sí po… así es no más.

jueves, 28 de agosto de 2014

Escribo y borro / Quedan pocos Pandas.



Escribo y borro.

Eso hago hace unos días.

Por lo general avanzo cinco, o siete líneas.

Luego borro.

Hoy por ejemplo ya he borrado un epígrafe, el comienzo de un diálogo y unas ideas sueltas que no llevaron a nada.

Pronto olvidaré qué decía el epígrafe.

Las ideas se confundirán, si es que permanecen.

Ya ni siquiera recuerdo las frases del diálogo.


Y claro, ni siquiera sé si es bueno, hacerlo así.

Ahora mismo, por ejemplo, acabo de borrar cuatro líneas.

No es por temas estéticos, ni por correcciones ni nada por el estilo.

De esas cosas trato de no preocuparme nunca.

No sé, sin embargo, por qué lo hago.


De hecho, a veces pienso que en mi interior, alguien borra las razones.

Y algunas acciones pasan entonces a ser desarrolladas, tal como se escribe este texto.


Así, resulta que olvido el origen de mis pasos.

Se desvanece la voluntad primera.

Y hasta se vacían los bolsillos apenas reúno tres o cuatro cosas.


Vuelvo a borrar ahora ocho líneas.

La sensación es extraña.

A veces, por ejemplo, me siento como un Panda comiendo bambú.

Y es que el bambú puede crecer hasta un metro en un día.

¡Un metro en un día…!

Elijo entonces quedarme con esa imagen.

Me detengo ahí un poco.

Vuelvo a borrar cinco líneas.

Debe ser una labor difícil la de mantener el bambú a raya, me digo.

Los Panda no parecen tener hambre, concluyo.

Quedan pocos Pandas.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Si soy sincero.



15 años atrás.

Encuentro unas fotos de aquel día.

También unos apuntes.

_________

Soy sincero: lo único especial que tenía la chica que ganó el torneo universitario de debate eran sus tetas. Por lo general no me animo, pero estaba borracho y además yo había perdido y debía mostrar cordialidad. Por otro lado, los de mi equipo me habían dejado botado puesto que yo no había querido decir ni una palabra en el torneo y nos habían ganado, en gran medida, por esa situación.

A mí, sinceramente, me había parecido chistoso.

Fue entonces que me acerqué donde la chica que estaba también sola en otro sector, con un libro sobre la mesa.

-¿Qué lees? –le pregunté.

-Tu pregunta está mal formulada –me dijo-. No leo en este momento. El libro está cerrado, sobre la mesa. La buena cohesión es la base de un buen argumento…

-Ya –dije yo, mientras me sentaba a su lado.

Destapé una cerveza. En ese entonces tomábamos en botellas de un litro que no compartíamos con nadie. Le ofrecí otra que llevaba en mi mochila.

-No me gusta tomar cerveza. Me confunde y me hace cuestionar mis propios razonamientos… -señaló-. Creo que es peligroso dudar de la razón propia solo por darse un gusto. ¿Estás de acuerdo?

-Eh… bueno… -dije yo-. Sí... estoy de acuerdo.

-Así no es justo –alegó-. Explícame por qué estás de acuerdo.

-Eh… porque bueno… eh… por eso… o sea, por todo...

-¿Por qué?

Dejé mi cerveza a un lado. Me molesté un poco.

-Porque yo justamente tomo cerveza para eso, para dudar de mis razonamientos –me vi obligado a contestar-. Para dudar de mi razón propia.

Esa era la frase más larga que había dicho en toda aquella semana.

Tanto me asombró que incluso me sentí sobrio, por algún instante.

-Ese es un buen punto –dijo-. Aunque claro, usas mi argumento para atacar mi juicio, eso no me parece justo…

-Pues a mí no me parece justo que desperdicies esas tetas –le dije, interrumpiéndola.

-No las desperdicio –dijo entonces, en un tono relajado-. Hoy había tres hombres de jurado. Eso ayuda a convencerlos.

-Ya –dije yo.

Entonces ella se rió y me dijo que si le conseguía un vaso podíamos tomar algo.

Y claro, me paré entonces a buscar un vaso.

Mientras buscaba, sin embargo, empecé a sacar cálculos y pensé en la serie de argumentos que debía organizar para ganar ese otro torneo.

-Además el triunfo apesta –recuerdo que me dije.

Así, en vez de regresar, me quedé tomando con un amigo gordo que tenía las tetas parecidas.

Y claro, bebimos en silencio, como se debe beber, cuando confiamos en el otro.

Finalmente, cada uno se fue por su lado.

martes, 26 de agosto de 2014

Usted verá.

“El ganador no se lleva nada.
El hombre está hecho para la derrota”
Ch. B.


Usted verá.

Las apuestas están hechas.

Nadie gana nunca nada.

Por lo mismo, la cuestión es más bien perder con estilo.

Salir despacito por la puerta de atrás.

Irse sin despedirse de nadie.

Apagar las luces cuando estén borrachos.


En mi caso, yo lo vengo ensayando hace tiempo.

Observo rostros.

Borro cuando nadie ve, mis propias huellas.

Y hasta escribo otros nombres, bajo mis palabras.

Estoy preparado para eso.

Mis bolsillos están vacíos.

Cada vez más, espero menos de los otros.

Y así se pasó el tiempo.

En síntesis: mis apuestas fueron constantes, pero débiles.


Y es que una vez escuché a alguien que lo dijo:

Todos mis sentimientos llegaron a mí prefabricados.

¡Cuánto tiempo…!

Yo entonces escuchaba y esa voz me era ajena.

Hoy me duelen, sin embargo, esos mismos sentimientos.

Puede que usted no lo entienda.

Puede que usted incluso se moleste.

Pero lo cierto, es que la cosa es más o menos simple:

A veces la ropa limpia se mezcla con la sucia.


No es terrible ni grandioso.

No es nada más que un hecho, si se piensa.

Después de todo, ni siquiera el caballo que ganó, comprende su triunfo.

Usted verá, si comprende.

lunes, 25 de agosto de 2014

El final de Tolstoi.



Ambos estaban conversando.

Ella estaba alegre.

Él se veía entusiasmado.

Yo me acerqué a escuchar qué hablaban.

-Me encanta el final de Tolstoi –dijo él.

-¿La i…? –bromeó ella.

El negó con la cabeza, y sonrió. Entonces dijo:

-Me refiero a la última etapa de Tolstoi, cuando comienza a arrancar de sus terrenos y pretende irse a vivir con los campesinos…

-Sé la historia, tontito –dijo ella-.

Él sonrió.

-¿También donó sus bienes, cierto? –preguntó ella.

Entonces él le explica que no muchos, que incluso la herencia que dejó no se pudo ejecutar ya que su familia alegó que estaba demente…

-Quizá fue mejor así –dice ella.

Él asiente.

Pasa un momento.

Ambos se acercan

Él y ella se besan.

Quedan abrazados, mientras siguen la conversación..

Así, hablan de niños, de trabajo y de la casa del tío Pedro.

Pero claro, no entraré en detalles sobre ello.

En cambio, esperé un buen rato para que volviesen a nombrar a Tolstoi.

No lo hicieron.

Y es que era extraño, pero tenía ganas de escuchar hablar de Tolstoi.

Ganas de saber que a alguien aún le importase.

Entonces calculé cuánta gente podría estar hablando del final de Tolstoi.

Seriamente, me refiero.

Comprendiendo.

Hacía frío.

Por último, dejé de calcular.

domingo, 24 de agosto de 2014

En el metro.



Ya en el vagón se notaba un tipo raro.

No de forma muy notoria, claro, pero había algo en su forma de mirar que lo hacía sospechoso entre los otros.

Parecía esperar algo, quizá…

Los ojos muy abiertos, movimientos bruscos…

No sé bien cómo describirlo.

El punto es que bajó entre la multitud en la última estación.

Se me perdió de vista entonces.

Así, mientras me acercaba a las primeras escaleras, entre la gente, escuché una voz que llegaba desde atrás.

No se separen, decía la voz.

¡Doblen un poco a la izquierda!

¡Suban la escalera!

Y claro, todo era dicho con una desagradable voz de mando.

Miré hacia atrás mientras avanzaba y logré ver al tipo raro del vagón.

Hacía ademanes con las manos y parecía dirigir a todos, a la distancia.

¡No se distraigan!

¡Doblen ahora a la derecha…!, decía.

Fue entonces que me detuve.

O sea, intenté detenerme.

Con grandes dificultades intenté dar media vuelta e ir en contra de la multitud.

Ese tipo no va a mandarme, pensaba.

Yo iba medio borracho, por cierto.

El hombre seguía gritando:

¡Son veinte pasos hasta la salida!

¡No se distraigan…!

Así, visto desde fuera, todos parecían hacerle caso.

Yo estaba orgulloso de ir en contra.

Un par de minutos después llegué hasta donde el hombre, y me puse en frente.

Unos guardias miraban la escena, a unos metros.

El hombre se acercó unos pasos, con los ojos algo desorbitados. Desafiante.

Te dejo libre, pero no sabrás qué hacer. Me dijo.

Entonces, un guardia lo tomó de un brazo, y otro guardia me tomó a mí.

No hubo grandes conflictos, pero nos hicieron salir por escaleras opuestas.

No volví a ver al hombre raro.

sábado, 23 de agosto de 2014

Tienes desabrochado un zapato.



Caminas.

No importa por dónde.

No importa hacia dónde.

Vas un poco distraído.

De pronto, alguien te avisa que tienes desabrochado un zapato.

Agradeces.

Ese alguien se va.

Entonces te miras el zapato.

Nadie te obliga, claro, pero es lo que haces.

A veces lo abrochas y sigues.

Pero a veces no lo abrochas.

Tal vez no sea realmente un gran peligro.

Tal vez no valga la pena abrocharse, piensas.

Yo, en cambio, pienso que es un pequeño acto de rebeldía.

Sigues caminando.

Entonces, tal vez otro alguien se detenga y haga la misma observación.

Y claro, puede que tú le agradezcas.

Vuelves así a mirar tu zapato.

Y vuelves nuevamente al asunto de las funciones.

Ahorremos tiempo y digamos que no haces caso.

Digamos incluso que no hizo falta, pues no te tropezaste ni caíste hasta llegar a tu destino.

¿Te haces la idea...?

Ahora bien, me gustaría hablar de tres posibles errores que cometiste en tu trayecto.

Solo para que los corrijas, claro.

Para empezar, te diré que el problema no tiene que ver con abrochar o no tus zapatos.

Eso es cosa tuya…

Por otro lado, tampoco es bueno que te creas eso de haber llegado a destino.

Eso es algo que no sabrás, hasta que sea tarde.

Finalmente, debo reconocer que mentí, antes, cuando dije que no importaba hacia dónde caminaras.

No entraré en detalles, de todas formas.

Ah… se me olvidaba…

Tienes desabrochado un zapato.

viernes, 22 de agosto de 2014

No tengo contradicciones.



No tengo contradicciones.

Y si las hay son débiles.

Titubeos, más que contradicciones.

Poco más, quizá.

No sé si lo han pensado.

Yo prefiero no hacerlo.

Y es que siempre está el cansancio y el desgano.

Ese desgano que no es falta de fe, pero casi.

Sé que lo han pensado.

Sé que han llegado a establecer algunas respuestas.

Y sé, también, que eso ha originado pequeñas alegrías.

Y es que a veces reconfortan las respuestas.

Otras veces se nos clavan como imposibilidades en el órgano de la fe.

Con todo, no tengo contradicciones.

Simplemente hago mapas que registren el desvío de los días.

La inclinación de los días.

Conocimientos que aún se deben ordenar.

Conocimientos que alguien ordenó de mala forma.

¿Reconocer contradicciones?

Yo prefiero no hacerlo.

Además no tengo, por supuesto.

(O si las hay son débiles, como decía).

No es que quiera complicar las cosas.

De hecho, si le sirve a usted, le hago un resumen:

No tengo contradicciones.

El día pasó y se detuvo.

Cayeron unas gotas, pero no llovió.

Nadie se percató, pero es cierto.

Hubo alguien, incluso, que alcanzó a escuchar un trueno.

jueves, 21 de agosto de 2014

(No) Arrancar la maleza.



No podría haber sido jardinero.

De chico, por ejemplo, me era difícil arrancar la maleza.

Crecía en el patio, recuerdo, y entre los pastelones de la vereda.

Entonces me mandaban a arrancarla.

Recuerdo que me explicaban que la sacara de raíz, no cortarla, simplemente.

Deben haber pensado que fallaba por pereza, o que no seguía bien las instrucciones, pero lo cierto es que me agradaba observar que quedase un poco de raíz, al menos, y verla crecer nuevamente.

Siempre fue así.

Nunca la arranqué totalmente.

Pensé que lo haría, con el tiempo.

Pensé que uno cambiaba y maduraba o como fuese que lo llamasen.

Aún no soy capaz de hacerlo.

No es bondad, sin embargo, lo que me mueve.

Tampoco lo veo como resultado de una virtud.

No se trata de una alabanza a mí mismo.

Se trata de algo que sinceramente no comprendo.

Que no comprendo y me afecta, sin embargo.

Así, si fuese Dios mi cólera aún no estaría lista.

Supongo que creo demasiado en posibilidades remotas.

No en que el malo se vuelva bueno, no se malentienda.

Ocurre más bien que no creo en el malo.

No creo en la maldad.

Sí en el daño.

Tal vez un día, pero hoy no.

No es evasión.

Cuesta y duele no hacerlo.

No arranco la maleza.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Es mentira que los muertos sean fríos.



Es mentira que los muertos sean fríos.

Es falso que la temperatura descienda hasta huir del cuerpo.

Los muertos son tibios, realmente.

Comparten, de hecho, una misma temperatura.

No dejan de respirar de buenas a primeras.

No tienen mal olor.

Todo el resto, que escuches, son mentiras.

Explicaciones que inventan los tibios.

Historias que se cuentan para meter a otros bajo tierra.

Para barnizar, sin culpa, las cajas donde los esconden del sol.



Fíjense bien y reconózcanlos:

Suelen ir hacia algún sitio, aunque sin avanzar un paso.

Parecen alertas, pero lo cierto es que son torpes.

Así, su torpeza los hace seguir en pie prácticamente por inercia.

Aunque claro, en el fondo reconocen su condición.

Para engañarse a veces leen un libro.

Otros se maquillan y algunos hasta ubican soportes, en sus trayectos.

Tienen buena apariencia y comen de forma normal.

Los que están en mejores condiciones hasta se buscan amantes.

Esos son los muertos, realmente.


Me han dicho que hay brigadas.

Brigadas para identificarlos, me refiero.

Creo que hasta tienen distintivo, pero no lo conozco.

Son brigadas chicas eso sí.

Dos a tres personas y eso basta.

Ni siquiera hay postulaciones.

Algunos tienen blog.

Yo no participo, por supuesto.

Tienen prohibido hablar sobre estas cosas.


martes, 19 de agosto de 2014

¿Quién paga?



-¿Una cerveza?

-Sí, claro, ¿pero quiero saber quién paga?

-Tranquilo, paga M., no te preocupes.

-No me refiero a eso…

-¿Cómo…?

-Suponiendo que paga M., ¿quién paga realmente…?

-¿Llegaste borracho?

-Sí, algo… pero el punto es otro…

-No te entiendo.

-¿Dónde trabaja M.?

-Hace unas asesorías, en el Ministerio… y creo que está abriendo una editorial…

-¿Una editorial?

-Sí, con F. y R., de la facultad… no sé si te acuerdas…

-¿Y qué piensan publicar…? ¿Sabes algo?

-Los escuché hablar sobre unas antologías para vender en colegios… postularon a unos fondos y parece que les fue bien…

-No acepto.

-¿Qué cosa?

-Que me pague la cerveza.

-¿La historia de siempre?

-Sí. La de siempre.

-¿No vas a tomar entonces?

-Sí, pero de ahí veo cómo pago…

-¿Te invito yo?

-Menos...

-…

-Ya sabes, si pagaras tú sí, pero en el fondo paga esa empresa de mierda…

-¿Va a hacer como la última vez, entonces?

-¿A qué te refieres?

-A no permitir que te paguen y terminar peleándote con los del local…

-No fue una pelea… solo me dejé dar unos golpes, como pago…

-No fueron solo unos golpes… acuérdate…

-Es que me gusta dejar propina.

-¿Repites la historia, entonces?

-No sé… ahora solo quiero una cerveza…  no ensuciarme con el dinero de nadie…

-Igual eliges otras formas de ensuciarte…

-Quizá, pero las menos sucias, creo yo.

lunes, 18 de agosto de 2014

Si valiese la pena.



Lloraría por el mundo si valiese la pena.

Lloraría por ustedes si valiera la pena.

Lloraría por mí mismo si valiese la pena.

Y claro, luego de llorar vendría otra cosa.

Porque llorar por el mundo o por ustedes o por uno mismo es también limpiar el motor para arremeter contra aquello en que el mundo o ustedes o yo mismo nos hemos convertido.

Encendería antorchas.

Reuniría piedras.

Miraría directo a vuestros ojos para exigir más de aquello que pudimos ser.

Bebería hasta vomitar todo, salvo el corazón, del cuerpo.

Guardaría en mis bolsillos, frescos puñados de tierra.

Apretaría los puños, con alegría, para luchar contra aquello que debiésemos derribar.

Pero claro… día a día el mundo pierde un poco de valor.

Día a día vosotros perdéis un poco de valor.

Y día a día yo mismo, pierdo algo de valor.

Así, se escapa el aire de nuestros pulmones sin que retengamos nada.

Ustedes saben que es cierto.

No culpo al mundo.

No los culpo a ustedes.

No me culpo a mí mismo.

Quizá lo haría, sin embargo, si valiese la pena.

Afuera, las estrellas tan inmensas siguen viéndose apenas, como nuestra desgracia.

Tuvimos sueños y amamos, en síntesis.

Y todo esto es cierto, como mi vergüenza.

domingo, 17 de agosto de 2014

Una escena.



Veo una película.

Un hombre está sentado en el banco de un parque con un libro entre sus manos.

Se acerca una mujer.

Se sienta a su lado.

La mujer le pregunta al hombre sobre aquello que lee.

-¿Qué es lo que lee? –dice la mujer.

El hombre la mira y no contesta.

La mujer sonríe y vuelve a preguntar.

Entonces habla el hombre.

-Nada –contesta -, el libro está vacío.

La cámara se aleja y abarca ahora los árboles del parque.

Luego vuelve a una toma más cercana.

El hombre le enseña el libro a la mujer.

Las páginas del libro están ciertamente en blanco.

La mujer sonríe.

La mujer observa al hombre.

El hombre parece lejano.

-Los libros no son buenos –señala la mujer-. Ni siquiera estos.

Ahora el hombre vuelve a mirar a la mujer.

-No le convienen –agrega la mujer-. Pueden dañar la imaginación y la vista.

El hombre vuelve a mirar en otra dirección.

Cierra el libro.

La mujer también mira a la distancia, sentada en el mismo banco.

-Estoy segura que para usted –agrega la mujer-, hasta los libros en blanco cuentan también historias tristes.

El hombre se muestra inquieto, quizá molesto.

La mujer se pone de pie, sin mirarlo.

El hombre también hace lo mismo, aunque mirando en otra dirección.

Ambos se quedan de pie, de esa forma.

Nueva toma amplia donde se incluyen los árboles del parque.

El hombre ahora arranca una página del libro y la deja sobre el banco.

La mujer permanece en su sitio.

El hombre comienza a caminar hasta salir de escena.

Todo ha sido en blanco y negro, por supuesto.

Por último, la mujer se va, sin recoger la hoja.

sábado, 16 de agosto de 2014

Recetas médicas.



Tras una serie de exámenes y radiografías el doctor llega a una decisión.

-Vian, voy a recetarle algo –me dice.

-Gracias -digo yo.

Como el doctor no agrega nada me decido a preguntarle:

-¿Y qué me va a recetar, doctor?

-Eh… es que no sé cómo decirlo, Vian –dice él, titubeando.

-Atrévase, doctor, no hay problema…

-No se trata de atreverme o no, el problema es que realmente no sé cómo decirlo… pero bueno, al menos puedo escribirlo… espere…

-…

-Ya, ahora sí –me dice extendiendo una hoja-. Aquí está su receta.

Recibo la receta y la observo.

-Pero esto ya estaba escrito desde antes, doctor… -señalo.

-¿A qué se refiere?

-A que está impreso… si hasta tiene letras de distinto color…

-Es que con mi letra tampoco sé escribirlo…

-Está bien, doctor, trataré de pasar por la farmacia apenas salga…

-Pues no le va a servir.

-¿Qué cosa, doctor?

-Ir a la farmacia… -me dice-. Ese es otro problema de aquello que le receté… Desde hace años que ya no se hace.

-¿Está bromeando?

-No, Vian. También desde hace años que no bromeo.

-Pero entonces…

-Entonces nada, Vian… no intente echarme la culpa… Fue usted el que debió venir hace años.

-Entonces… ¿no hay remedio…?

-Quizá… pero de haberlo no solo no sabría decirlo, ni escribirlo… ni siquiera podría pensarse…

-¿Y qué hago, doctor?

-No sé, Vian… usted vea qué opciones quedan y elija una.

-Pues si no puede decirse, ni escribirse, ni pensarse… supongo que solo queda poder sentirlo, o vivirlo…

-Hay muchas más opciones, Vian… De hecho, quizá ni siquiera la que usted nombró lo sean…

-Intentaré resolver el problema entonces, doctor…

-Así lo espero.

-Muchas gracias, entonces…

-Ochenta mil y dos gracias –dijo él.

-¿Cómo…?

-Ese es el precio.

-Ochenta mil en efectivo y dos gracias.

-Pero es muy caro.

-Mmm… podría dejarlo en ochenta mil y un solo gracias.

-¿Y no podrían ser ochenta mil gracias y un solo mil?

-Los negocios de la salud no son conmutativos, señor Vian.

-¿Está seguro?

-Pues si usted está seguro de lo contrario, puede demostrármelo…

-¡Salud…! –dije entonces de improviso.

-¡Achís…! –estornudó el doctor.

-Ya ve… -agregué-. Queda demostrado.

-Veo – dijo él. Pero no parecía convencido.

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