miércoles, 27 de agosto de 2014

Si soy sincero.



15 años atrás.

Encuentro unas fotos de aquel día.

También unos apuntes.

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Soy sincero: lo único especial que tenía la chica que ganó el torneo universitario de debate eran sus tetas. Por lo general no me animo, pero estaba borracho y además yo había perdido y debía mostrar cordialidad. Por otro lado, los de mi equipo me habían dejado botado puesto que yo no había querido decir ni una palabra en el torneo y nos habían ganado, en gran medida, por esa situación.

A mí, sinceramente, me había parecido chistoso.

Fue entonces que me acerqué donde la chica que estaba también sola en otro sector, con un libro sobre la mesa.

-¿Qué lees? –le pregunté.

-Tu pregunta está mal formulada –me dijo-. No leo en este momento. El libro está cerrado, sobre la mesa. La buena cohesión es la base de un buen argumento…

-Ya –dije yo, mientras me sentaba a su lado.

Destapé una cerveza. En ese entonces tomábamos en botellas de un litro que no compartíamos con nadie. Le ofrecí otra que llevaba en mi mochila.

-No me gusta tomar cerveza. Me confunde y me hace cuestionar mis propios razonamientos… -señaló-. Creo que es peligroso dudar de la razón propia solo por darse un gusto. ¿Estás de acuerdo?

-Eh… bueno… -dije yo-. Sí... estoy de acuerdo.

-Así no es justo –alegó-. Explícame por qué estás de acuerdo.

-Eh… porque bueno… eh… por eso… o sea, por todo...

-¿Por qué?

Dejé mi cerveza a un lado. Me molesté un poco.

-Porque yo justamente tomo cerveza para eso, para dudar de mis razonamientos –me vi obligado a contestar-. Para dudar de mi razón propia.

Esa era la frase más larga que había dicho en toda aquella semana.

Tanto me asombró que incluso me sentí sobrio, por algún instante.

-Ese es un buen punto –dijo-. Aunque claro, usas mi argumento para atacar mi juicio, eso no me parece justo…

-Pues a mí no me parece justo que desperdicies esas tetas –le dije, interrumpiéndola.

-No las desperdicio –dijo entonces, en un tono relajado-. Hoy había tres hombres de jurado. Eso ayuda a convencerlos.

-Ya –dije yo.

Entonces ella se rió y me dijo que si le conseguía un vaso podíamos tomar algo.

Y claro, me paré entonces a buscar un vaso.

Mientras buscaba, sin embargo, empecé a sacar cálculos y pensé en la serie de argumentos que debía organizar para ganar ese otro torneo.

-Además el triunfo apesta –recuerdo que me dije.

Así, en vez de regresar, me quedé tomando con un amigo gordo que tenía las tetas parecidas.

Y claro, bebimos en silencio, como se debe beber, cuando confiamos en el otro.

Finalmente, cada uno se fue por su lado.

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