miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cien semillas buenas.



Existe una fórmula, pero la dejo de lado.

Previo a construir una casa, me refiero.

Justo antes de los cimientos.

Cien semillas buenas.

Todas en tierra común, bajo la casa.

No importa el clima, no importan las condiciones específicas del terreno.

La fórmula demuestra que al menos dos de esas semillas han de crecer de todas formas.

Y claro, también demuestra que la destrucción de la casa, en dos de cada tres de esos casos, resulta inevitable.

Dos de cada tres, de esos casos.

Así, como decía, pueden cambiar variables: profundidad en que se dejan las semillas, humedad del suelo… pero a la larga la estadística resultante del experimento no se altera significativamente.

Por otro lado, puede calcularse también que en el ocho por ciento de las casas construidas, se encuentren cien o más semillas, dispersas bajo los cimientos.

Ocho por ciento de los casos.

Más allá del tamaño de la vivienda, más allá de los estudios de terreno… todo está incluido en ese resultado del ocho por ciento.

Así, podría hacer el cálculo, empleando la fórmula.

El cálculo final de probabilidades, me refiero.

Pero tal como dije en un inicio: existe una fórmula, pero la dejo de lado.

Y es que veo algo vivo, tras la destrucción.

Y ese algo vivo, al menos, me tranquiliza.

De hecho, debo reconocer, hasta me da esperanza.

Así, finalmente, rompo la fórmula y habito la casa.

Estoy seguro que algo crece, bajo los cimientos.

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