viernes, 12 de septiembre de 2014

Subir la montaña / Usted entiende, supongo.


A medio camino olvidé por qué subía a la montaña. Me lo pregunté de pronto, tras torcerme el tobillo y seguir avanzando con leves molestias. No es que quisiese regresar. No se trataba de eso. Era más bien un cuestionamiento básico que apuntaba a una finalidad concreta. Una finalidad que brillara como un faro, en la montaña. Y un faro siempre es necesario. Con todo, sospechaba haber conocido mis razones, en algún momento. Haber sido consciente de ellas, me refiero. Así, intenté recordar, mientras avanzaba, pero la desconcentración me llevó a demorar el avance y a dificultar la planificación de los tiempos. Por lo mismo, la noche me encontró aún a medio camino de la cumbre. Un poco confundido, decidí finalmente intentarlo. Y es que si bien no había un camino marcado, las dificultades me parecieron menores, y me apresuré a hacerlo. Fueron al menos cuatro horas, finalmente. Cuatro horas más que lo que me demoraba habitualmente. Y claro, debo reconocer que era extraño. Que se sentía extraño, me refiero. Subir así y no saber para qué… O más bien, intuir que se ha olvidado el para qué e intentar rastrearlo todo el tiempo. Buscar el interruptor donde se encendía el faro, si se tiene en cuenta el ejemplo anterior. Saber cuándo se llega a destino… Con todo, también cabe la posibilidad de que el faro se encuentre en otro sitio, o hasta que pueda ser visto subiendo, al ritmo de uno, la montaña. Usted me entiende, supongo.

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