sábado, 6 de septiembre de 2014

Una bella cosa muerta.

“Y ahora, de pronto, ella estaba muerta.
Y la muerte es algo eterno.”
El coleccionista, W. W.



Lo encontró en medio de la noche, sin buscarlo.

No supo decir qué era.

Recalcó simplemente que no era alguien.

Me refiero a que explicó que se trataba más bien de algo inanimado.

Un objeto sin vida y sin embargo dañado, de alguna forma.

Sus palabras fueron claras, en ese aspecto:

Una cosa bella magullada, fue lo que dijo.

Se trató de una descripción extraña.

Yo le presté atención, de hecho, porque no eran aquellas sus palabras habituales.

Por otro lado, no hubo más palabras para referirse a aquello.

Tampoco surgieron nuevas pistas.

Así, ocurrió que algunos hicieron conjeturas.

Las más descabelladas, incluso, hablaban de algo con vida contenida.

Un ser hecho objeto, igual que alguien que aguanta la respiración, bajo el agua.

Siguieron a eso, entonces, la formulación de varias teorías.

Numerosas investigaciones que buscaban definir aquel fenómeno.

Extensas entrevistas para recoger opiniones que poco, finalmente, revelaban sobre el asunto.

Y claro, yo seguí con atención todo aquello.

No sé bien por qué, pero sentía necesario resolverlo, como si se tratase de un misterio.

Hoy me doy cuenta, sin embargo, que todo fue más egoísta de lo que creímos.

Y que solo logramos magullar, un poco más, aquella cosa bella.

La abandonamos así, en medio de la noche, sin siquiera comprenderla.

Quiera Dios que no haya estado viva.

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