miércoles, 29 de octubre de 2014

¿Tengo cara de pescado?



Me encuentro con una amiga a quien no veía hace tiempo, de casualidad, cerca de una librería.

Un encuentro normal: saludos, tanto tiempo, en que andas, cosas de ese tipo.

Sin embargo, justo antes de la despedida lanza una pregunta extraña.

-¿Tengo cara de pescado? –me dice.

Yo no sé qué responder.

-¿Tengo o no tengo…? –insiste-. Dime no más, si no me enojo…

-Eh… no, creo que no… -contesto.

Entonces ella me mira como si le estuviese mintiendo, y me cuenta una historia.

-El otro día salí con un tipo –comienza-. Amigo de una amiga… Un tipo que se reía y bromeaba harto y que me había resultado bastante agradable alguna vez anterior, que coincidimos en grupo… El punto es que estábamos a solas, tomando algo, cuando él se queda largo rato mirándome y me pregunta si soy piscis… Y claro, yo le dije que no, pero le pregunté por qué me consultaba eso… y él me dijo que era porque yo tenía cara de pescado…

-Pero habrá estado hueveando…

-Eso decía él, que era una broma tonta… pero como yo me puse a llorar todo se puso un poco más serio… fue un desastre…

-¿No creíste que era una broma?

-No… O sea, era una opción, pero yo siempre me había sentido algo distinta, o hasta actitud rara… y él viene y justo me dice lo del pescado…

-¿Y sería tan malo tener cara de pescado?

-Pero es que es de pescado, po Vian… Por último hubiese sido de pez, pero era de pescado…

-No te entiendo.

-Que por último hubiese sido de pez. Palabra que no me hubiera enojado… Un pez está vivo, me refiero… no ha picado… un pescado ya cayó en la trampa…

-Ya –digo yo.

-¿Te puedo hacer entonces de nuevo la pregunta?

-Ok.

-¿Tengo cara de pescado?

Yo guardé silencio. Medité bien qué contestar, antes de hacerlo.

-Sí, de pescado –le dije.

Ella pareció entristecerse, y guardó silencio.

-Pero… -alcanzó a decir.

-De pescado, no de pez –interrumpí-. Uno que se pescó a sí mismo por la cola y se lanzó fuera del agua.

Ella guardó silencio y me miró de cerca, como si calculara algo.

Finalmente, me pegó una cachetada y se dio media vuelta, alegando.

-¡Mentiroso de mierda! –me dijo-. Estay cambiado, hueón… más agresivo…

Dijo unos cuantos insultos más y se fue, simplemente.

El vendedor de la librería salió a mirar qué ocurría.

Me miró molesto.

Ya no podré pedir rebaja.

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