domingo, 30 de noviembre de 2014

Perfectamente imbécil.



-¿Y entonces qué me recomiendas que haga?

-¿Sinceramente?

-Por supuesto.

-Que dejes de insistir.

-¿No crees que tenga opción…? El otro día me dijo que era perfecto.

-Te dijo que eras un perfecto imbécil.

-La perfección es siempre la perfección… al menos me asocia a esa idea…

-Supongo que estás bromeando.

-Un poco… pero de todas formas dejar de insistir no es una de mis opciones…

-¿Y cuáles son tus opciones?

-No sé… no las veo bien… por eso te pregunto.

-Pues yo creo que tu única opción es hacer algo con sentido, o con la posibilidad de un sentido…

-¿Acaso todo no puede llegar a tenerlo…?

-No. Todo no. Hay cosas que a priori ya están desprovistas de aquello.

-¿Cómo qué?

-No sé, depende de cada uno, supongo…

-¿De cada uno? ¿Acaso el sentido de algo no trasciende a cada uno?

-Quizá, pero me refiero a que solo puede llegar a tener sentido aquello que es profundamente necesario… y esa necesidad cambia de persona a persona…

-¿Y si hubiesen personas que no sintiesen nada profundamente necesario?

-¿Qué pasa con eso?

-¿Acaso esas personas no tendrían posibilidad de adquirir sentido?

-No, sería al revés, el sentido mismo sería entonces su necesidad.

-Pues esa es una lógica imbécil.

-¿Perfectamente imbécil?

-Puede ser…

-Entonces es perfecta… la perfección es siempre la perfección, ¿no recuerdas?

sábado, 29 de noviembre de 2014

Cajas.


Pasó hace más de doce años.

Es una historia que revela mi egoísmo, pero igual la cuento.

Recién armaba mi biblioteca.

Había una liquidación impresionante en la bodega de una librería que había quebrado.

Aún no se corría la voz entre vendedores así que estaba prácticamente todo.

Todo lo que no se vendía y que por lo general era lo mejor.

Precios rebajado en un 90% aproximadamente.

Y yo con algo de dinero por trabajos esporádicos y un dinero ahorrado para emergencias.

Conversé harto con un vendedor que me permitió pasar directamente a la bodega.

Ahí sí que estaba todo.

Un poco dañadas algunas cosas, o tristemente apiladas, pero estaba todo.

Separé los griegos, algunos latinos, varias novelas de caballería.

Recuerdo que fui por orden cronológico.

También vi alguna enciclopedia a un precio ridículamente bajo.

Diccionarios especializados, libros de filosofía, libros de arte.

Un gran número de novelas y antologías de relatos.

Todo estaba por primera vez a mi alcance.

Comencé a separar.

A sacar cuentas.

Se hizo de noche.

Ya habían cerrado, pero un tipo se quedó haciendo cajas que dejaba a un costado.

Pagué.

Esperé a que el tipo apagara las luces y sacamos en varios viajes las cajas.

Todo quedó apilado fuera de la bodega, en la vereda.

El tipo se subió a una moto y se fue.

Yo me quedé ahí, a oscuras, con las cajas.

Eran cinco cajas grandes e increíblemente pesadas.

Por esa calle no pasaba locomoción y yo no tenía en qué llevar todo aquello.

Era un detalle estúpido, pero importante.

Durante una hora avancé llevando de a una caja cinco metros y luego volvía por otra.

Entonces empezó a granizar, de improviso.

Luego comenzó a llover.

La poca gente que aún se veía se redujo a cero.

Por otro lado, había calculado el dinero justo para el micro, nada más.

Busqué un alero y logré disminuir una caja entera, pasando libros a mi mochila y metiendo otros en alguna caja en la que hubiese quedado un espacio mínimo.

Finalmente me decidí a pasar la noche ahí, junto a las cajas.

Llegaron un par de perros.

Un tipo vino a asaltarme, pero al abrir las cajas y ver libros desistió de ese botín.

En cambio, se llevó mi chaqueta y las zapatillas.

El agua caía un tanto de costado y mojaba levemente las cajas.

Entonces dejó de llover y empezó el frío.

Poco antes que amaneciera seguí avanzando con las cajas, para no entumecer.

En el primer negocio que abrió logré que el vendedor me comprase la enciclopedia, que llenaba una caja entera.

Con el dinero pagué un taxi.

Cuando volví dejé las cajas junto a mi cama.

Hice café y me saqué la ropa húmeda.

Había perdido parte del botín, pero de todas formas me sentía el hombre más rico del mundo.

Tenía sueño y al parecer me había resfriado, pero recuerdo que abrí las cajas y me decidí por uno de la McCullers.

Era El corazón es un cazador solitario.

Terminé de leerlo varias horas después.

Debo haber tenido fiebre.

Volvió a hacerse de noche.

Ha sido una de las experiencias más hermosas que recuerdo.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Firmas.


El hueón que estacionó sobre las flores está juntando firmas para salvar a las ballenas.

Yo le pregunto que qué ballenas.

Él no entiende la pregunta y me responde que todas y me acerca el papel.

Yo firmo porque soy dócil, y  porque firmar me da risa.

Él me pide entonces una serie de datos.

Se interrumpe para hablar por celular.

Lo oigo quedar con alguien que debe ser su chica.

Yo no uso celular ni tengo chica.

Tampoco ando con un papel intentando salvar ballenas.

Aunque compenso porque no pisoteo las flores.

Él termina de hablar y continúa pidiéndome datos.

Entonces me pregunta si quiero adherir también a otra para salvar pingüinos.

Yo le digo que ya y luego le pregunto que qué pingüinos.

Él no entiende mi pregunta y responde que los pingüinos emperador.

De esos no quedan muchos, me dice.

Yo asiento.

Y firmo, por supuesto.

¿No tienes para salvar a os otros pingüinos?, le pregunto.

Él me dice que no, que de esos quedan muchos.

Yo asiento.

Discutiría, pero el tipo está atento a unos mensajes que le llegan al teléfono.

Entre tanto, me pide algún otro dato.

Yo respondo.

Él no tiene más cartas de apoyo.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Trozos de botellas retornables.

“Casi cualquier llave…”
Barba Azul


Tenía un amigo que intentaba por todos los medios dejar de beber. Dejar de beber alcohol, me refiero. Esto, ya que mi amigo buscaba asentarse, cuidar su trabajo, su relación de pareja y quién sabe qué otras cosas. El punto aquí, sin embargo, es que mi amigo, como una técnica para dejar de beber, rompía siempre a la mañana siguiente de su resaca las botellas retornables de cerveza. Una acción que podría ser considerada como un símbolo, pero que era en el fondo algo mucho más concreto, pues, debido a la falta de dinero, se le hacía difícil pagar día tras día por envases que volvía a romper siempre, a la mañana siguiente.

Ahora bien, esta costumbre, llevó a mi amigo a ir juntando en su patio un montón de trozos de botellas de cervezas, que barría siempre hacia un lugar que se fue llenando y alcanzando, poco a poco, dimensiones descomunales.

Según él, por cierto, el tamaño descomunal que alcanzaban aquellos trozos podía motivarlo a dejar de tomar en un algún momento. Cosa que no sucedía, claro.

Pasó así el tiempo y mi amigo, no tuvo más que reconocer su derrota. Es decir, perdió su trabajo, su relación de pareja y quién sabe qué otras cosas.

Con todo, siguió su costumbre de romper las botellas retornables hasta que fue llenando el patio y la altura de los trozos llegaron entonces a superar la altura de la casa.

Los vecinos llamaron hasta a la tv.

Salió en un noticiario.

Le anularon el contrato de arriendo.

Sus últimos ahorros los gastó en pagar los camiones para que retiraran los restos de botellas de aquel lugar.

Ahora toma en el sur y me escribe de vez en cuando.

No es probable que vuelva a esta ciudad.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Túnel.


-No puedes saber si se trata de un túnel. Por eso me molesta, a veces. Porque los encuentro demasiado confiados. Porque claro, está eso de la luz al final, pero nunca se sabe qué es realmente todo aquello…

-…

-Por otro lado, más allá si se trata o no de un túnel, de todas formas el asunto ese del conocimiento es cosa compleja… me refiero a que nadie garantiza nada…

-…

-Conozco historias, sabe… Varios casos que podrían respaldar lo que yo digo… pero no sé, sinceramente, si servirían de algo, ¿qué cree usted?

-…

-Una tía por ejemplo. Una tía que se lanza al túnel. Y claro, todos le dicen que no vaya… Todos vienen y le dicen que un túnel es un pozo acostado nada más… un pozo acostado…

-…

-Porque mi opinión viene desde ahí, sabe… O sea, no desde mi tía, específicamente, pero desde lo que hay detrás de ese ejemplo o de cualquier otro…

-…

-Por eso decía que la gente no sabe si se trata o no de un túnel. Y por eso, también, decía que me molestaba. Y es que como no van cayendo creen entonces que no caen, o hasta que avanzan…

-…

-Por eso se lo digo entonces… no sé si se entiende… Además usted es tan callado que también me es un poco como un túnel, aunque de los buenos, eso sí… ¿estará usted de acuerdo con eso, al menos?


-No.

martes, 25 de noviembre de 2014

El texto instantáneo.


No es tan inútil como el agua en polvo, pero de todas maneras tiene algo de artificial que no me gusta. Con todo, recurro hoy a él porque el tiempo apremia y por una serie de otras razones que dejo de lado justamente por aquella primera que ya nombré y que basta por sí sola. Dicho lo anterior he aquí el texto instantáneo. Aquí mismo, me refiero. Yo escribo y ya está. Usted, si no me equivoco, lo está leyendo. Esa es la parte buena. Lo malo, es que requiere de una confianza en el lenguaje que no tengo. Es decir, requiere de alguien que crea que las palabras dicen exactamente aquello que queremos de decir. Cuestión que por ahora, por cierto, dejo de lado. Y es que ese es justamente uno de los sacrificios que requiere el texto instantáneo (creer aquello, me refiero). Otro sacrificio, en tanto, es renunciar a cualquier pretensión -estética o de sentido-, que pueda alcanzar dicho texto. Y es que el texto instantáneo tiene como única pretensión el ser, precisamente, instantáneo. Eso le basta, digamos. Y es que es egoísta el texto instantáneo, existe para justificarse a sí mismo, nada más. Y él lo sabe. De hecho, casi todos los textos instantáneos terminan hablando de sí mismos en vez de atreverse a enfrentar un tema del que no participen directamente. Este no es la excepción, como ya ve. De esta forma, los textos instantáneos suelen transformarse en instancias desechables, y a veces me apena recurrir a aquellos solo para eso. De usted depende, sin embargo, que puedan comprender y valorar su propia existencia, luego de su lectura.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Veintitrés gatos fosforescentes.


Dicen que en un sector de la ciudad se juntan por la noche un grupo de gatos fosforescentes.

Hace tiempo salió en el diario y hasta lo contaron como una rareza, en un programa de tv.

Tras ver la noticia, un amigo que vende reportajes a revistas extranjeras se puso a investigar sobre el asunto.

Así, tras varios meses, logró fotografiar en una misma imagen a veintitrés de esos gatos.

La fotografía la tomó en una especie de azotea, en un sector de viejos edificios.

En la foto, los gatos parecen comunes y corrientes salvo que son de un tono amarillo verdoso y parecen más brillantes que aquello que los rodea.

Apenas unas pocas personas hemos visto aquella foto.

Unos amigos, digamos, que visitamos a esta persona para su cumpleaños.

Al principio no le creímos, pero tras mostrar otras imágenes tuvimos que rendirnos ante la evidencia.

En mi caso, incluso, me dediqué a ayudarle con el reportaje.

Quedó horrible, eso sí, y parece falso. 

De hecho, me esforcé por semanas y no logré crear un texto verosímil.

Solo la foto, finalmente –y aunque pueda parecer extraño-, se muestra verdadera.

¡Veintitrés gatos fosforescentes en una misma foto…!

¡Se imaginan…!

Y es que desde entonces, la foto sigue ahí, como la portada a un libro que contiene una verdad que no puede ser dicha con palabras.

Veintitrés gatos fosforescentes, simplemente.

¿Hay algo que pueda decirse sobre ellos?

domingo, 23 de noviembre de 2014

Toallas de algodón egipcio.



Encuentro una tarjeta en la calle, con un nombre.

Olvido el nombre de inmediato, pero se me graba el producto que se promociona:

Toallas de algodón egipcio.

No sé por qué, pero me gusta aquella frase.

Tanto que la escribo en un papel, antes de botar la tarjeta.

No es que imagine las toallas.

No es que piense en la textura.

Tampoco hago asociaciones con el significado directo.

Simplemente me gusta aquella frase:

Toallas de algodón egipcio.

Así, mientras la escribo, acaricio la frase como si probara su textura.

Y claro, hasta podría decirse que hago con la frase como con las toallas.

Pero lo cierto es que tampoco es tan simple...

Y es que claro, las palabras se dejan por un momento, pero intente usted doblarlas y vea entonces qué ocurre.

Nada de guardarlas, nada de dejarse empaquetar ni reducirse a un simple sonido.

Por el contrario, a veces se rebelan y se lanzan contra uno.

Y entonces ya es como el cuento ese de Cortázar cuando el hombre se asfixia con su chaleco.

Y entonces ya son las palabras las que tomaron la delantera y no se dejan domar.

Puedes intentarlo una y otra vez cada noche, pero siempre solo hay algo que vence finalmente.

Ten cuidado, por lo tanto, con aquello que aparenta docilidad.

No te dejes atrapar, entonces, por las toallas de algodón egipcio.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Un encuentro sencillo.


X e Y forman parte de una pareja de fama. Quizá solo dentro del ámbito nacional, pero la fama les alcanza para trastocar sus vidas y para hacerles temer –esto lo conversan en un momento de cordura-, que la frivolidad pueda aparecer en ellos y transformarlos en algo que no quieren ser. Por esto (para que esto no ocurra), X e Y suelen desarrollar ciertas acciones que los acerquen al resto de la población. Así, en esta oportunidad, X e Y invitan a otra pareja de famosos a cenar con ellos y esperan tener una conversación sencilla. Lamentablemente, ocurre que mientras conversan con la pareja invitada. X e Y encienden por un momento el televisor y observan que en un programa de entrevistas han invitado también a la pareja que se encuentra junto a ellos. La situación genera unos breves comentarios, pero todo cambia cuando X e Y se fijan en un detalle de la entrevista televisada: es en vivo. Ante esto, X e Y no comprenden la situación. Y, de hecho, se asusta y les comenta el problema a la pareja invitada. Ellos (la pareja invitada) señalan entonces a X e Y que el programa en realidad ya fue grabado, pero que suelen poner que es en vivo por fines de mercado pues está comprobado que los programas de este tipo superan en audiencia a aquellos que son retransmitidos. Por un momento, entonces, la situación se calma. Sin embargo, tal vez por el alcohol que han tomado esa noche mientras conversan con la otra pareja, X e Y comienzan a dudar de las palabras de la pareja invitada. Yo sé que ese programa es en vivo, dice Y. X también lo piensa. Tal vez ellos no sean ellos, concluyen. Comienzan así los resquemores. El trato se hace más tenso y por un momento X e Y llegan incluso a considerar la posibilidad de llamar a la policía para aclarar quienes son estos impostores. Finalmente, X e Y deciden actuar por iniciativa propia y encierran a la pareja invitada en el baño mientras llaman al canal para confirmar si el programa es en vivo o no. Lo hacen. Les contestan que sí, pero les envían un móvil. Media hora después X e Y aparecen en tv, desde su casa, explicando la situación. El reportero enviado les hace algunas preguntas y entrevista a la pareja invitada desde el otro lado de la puerta del baño donde permanecen encerradas. Todo es transmitido, por cierto, por el programa de la cadena donde se daba la entrevista. En vivo. Tienen una muy buena audiencia. Todos se toman a a ligera la situación, piensan X e Y. Nunca terminan de comprender lo sucedido.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Destapo una Coca Cola.

“-¿Cuánto hace que llegaste, soldado?
-No estoy aquí, sargento. Estoy en Cheyenne, Wyoming.”
Max Fischer, Heaven & Hell


Destapo una coca cola y lleno un vaso.

La bebida está helada y el gas hace que, por un momento, más de la mitad del vaso esté ocupado por burbujas.

Lo observo.

La bebida se aquieta entonces y yo la tomo, a sorbos.

Me siento como si estuviese en un comercial.

A un costado, un libro de Foster Wallace y unos cuantos Nick Fury dibujados por Steranko.

El libro de Foster Wallace es La niña del pelo raro.

No en este libro, sino en otro, Foster Wallace proponía que nuestra adicción por la tv (un par de décadas atrás, claro), se debía principalmente a que es prácticamente lo único que nos entrega algo sin pedirnos absolutamente nada.

Y es reconfortante que algo no exija nada a cambio.

En ese mismo sentido, lo admito, hasta el peor de mis escritos no llega a ser como la tv.

No profundamente, al menos.

Lleno otro vaso, con coca cola.

No sé por qué recordaba la observación de Foster Wallace.

Es decir, pagué por ese libro, por las revistas de Steranko, por la bebida y hasta por el vaso.

Ahora escribo este texto.

Usted, en cambio, lo verá en pocos minutos más, o en unos días, o tal vez años.

Tal vez piense entonces que, de todas formas, yo soy como la tv.

Pero claro, estará usted profundamente equivocado.

jueves, 20 de noviembre de 2014

Varias islas.


-¿Varias islas juntas…?

-Sí, varias… pero no te entiendo…

-¿Qué no entiendes…? ¿La importancia?

-No. La importancia la entiendo… puede basarse hasta en el mismo número, pero…

-No son números, en todo caso.

-¿Qué?

-Que no son números.

-¿Y entonces?

-Entonces nada. Es algo más bien lingüístico.

-¿Elegir entre decir varias islas o decir archipiélago, por ejemplo?

-No. Es un problema lingüístico. Pero no de selección, simplemente.

-¿Y entonces?

-Digamos que es un problema de significado. Y del sentido e las cosas, desde el significado.

-Vuelvo a no entender.

-No se puede volver a eso.

-¿Qué…?

-El no entender no es un sitio. Está mal dicho.

-Eso es demasiado preciso…

-Puede ser, pero es importante. Justamente es algo que tiene que ver con el sentido.

-…

-Me refiero a que no es una opción. No entender no es una opción que pueda tenerse luego de haber entendido.

-¿Y es por eso que varias islas…?

-Sí. Por eso. Porque luego de una viene otra. Paso a paso.

-¿Y por eso mismo no archipiélago…?

-Exacto. Porque no es problema de distancia que exista entre las islas. El archipiélago viene más bien a demostrar que no entendemos el punto de que sean varias islas… experiencias de sentido distintas, me refiero… El entendimiento viene a funcionar así, de una isla a otra.

-¿Como puentes?

-Sí. Como puentes entre las islas. Puentes naturales eso sí…

-El agua misma.

-Exacto. El agua misma.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Formas de ejercer la libertad (II)


A punto de salir al trabajo me doy cuenta de una situación: La llave no encaja en la cerradura.

Y claro, como uno duerme bajo llave resulta que al final nos complicamos porque nos encontramos encerrados y además está el tema del ingreso al trabajo y otras cuántas complicaciones asociadas a este problema.

Así, -mientras intentas nuevamente abrir la puerta y compruebas que no se trataba de un simple error motriz o confusión de llaves-, comienzas a cuestionar la expresión de esta situación: o me quedé encerrado dentro de la casa, o en realidad me quedé fuera del mundo, a partir de este percance.

Puede parecer un matiz pequeño, a primera vista, pero nombrarlo eligiendo una de estas formas conlleva una serie de otras consideraciones que van más allá de un mero punto de vista.

Por otro lado, está la explicación sensata al asunto concreto que origina este problema. Es decir, el por qué las llaves no permiten abrir, esta mañana, la cerradura.

Y claro, buscas y buscas respuestas a esto y no las encuentras y mientras lo haces, comienzas a fijarte en todo esos que pasan por fuera y que sí lograron hacer funcionar su llave y están libres esta mañana… escolares, trabajadores, vecinos que sacan la basura y toda esa gama de seres que suelen verse si te das el tiempo para hacerlo.

Entonces, renunciando ya a la desesperación y aceptando simplemente lo ocurrido, te calmas y piensas que tal vez no sea tan terrible… y desistes incuso de volver a intentar a abrir y hasta consideras que los seres libres que pasean fuera, no se ven menos desesperados que tú mismo intentado abrir la puerta.

Así, por último, terminas simplemente enviando algún mensaje, preparándote un mejor desayuno, y hasta te das el tiempo de regar las plantas, ya que quedó un espacio.

Y claro, es entonces cuando tomas una moneda y la lanzas al aire, para decidir si llamas finalmente, o no, a algún cerrajero.

martes, 18 de noviembre de 2014

Formas de ejercer la libertad (I)


-Me gusta fumar –me dijo-. Es la única libertad que ejerzo. Me la coartan con distintas leyes e impuestos, pero de todas formas puedo hacerlo… ya voy por tres cajetillas diarias…

-¿Tres…?

-Sí, tres… -confirmó-. Al principio me era extraño que el cigarrillo me apasionara de esa forma, pero ahora lo siento casi como un proyecto… la única hueá que verdaderamente elijo y que tiene que ver solo conmigo… O sea, todas las otras cosas que uno hace pueden parecer elecciones, pero en el fondo no son manifestaciones de una libertad plena, como cuando eliges lo que comes en un menú que siempre tiene cierta cantidad de platos… o eliges una universidad, o hasta un trabajo… pero nunca es totalmente libre… siempre hay que elegir una de dos, me refiero… nunca dos.

-¿Dos…?

-Sí po… dos –reiteró-. Pero más importante que eso es que el cigarro es solo por mí… y para mí. O sea, me echo esa mierda dentro y luego la expulso… Y claro, me contamino, pero yo elijo hacerlo… eso es la plena libertad, hacerte mierda sin un objetivo claro. Porque el estudio, el trabajo… todo eso que también nos hace mierda, de cierta forma es necesario, te da algo, o te acerca a algo, por último… ¿pero qué mierda te da el cigarro? Además lo expulsas directamente… es como restregarle tu libertad al mundo… a las cosas supuestamente llenas de sentido… no existe un por qué ni un para qué fumar… y hasta puedes fumar tres cajetillas diarias sin saberlo… y sin que eso importe, por supuesto… Es como si cuando fumaras pudieses demarcar tu condición en relación al resto… yo fumo, yo me hago mierda, yo no tengo razones. Yo soy uno.

-¿Uno?

-Claro, uno –me explicó-. Porque pueden haber millones que fumen, pero tu fumas por ti… y la ausencioa de razones es la que hace justamente que permanezcas diferenciado cuando fumas… una especie de conciencia a partir de un vacío… Como si en vez de ser uno, en realidad nos afirmaras siendo realmente cero.

-¿Cero?

-Sí. Nada. Cero. Una especie de tubo por donde pasa el humo. Pero eso es justamente lo mejor. Me puedo permitir ser un tubo. Anularme por completo… desvanecerme con el humo. Como si fumar fuese levantar los hombros todo el tiempo mientras el mundo te pregunta algo… Igual que cuando te tapaban los ojos y te preguntaban quién había sido.  Igual solo que ahora puedes omitir responder alguna cosa y encender un cigarro… Qué respondan los otros, por último... todos los otros, menos uno.

lunes, 17 de noviembre de 2014

El acertijo del pequeño restaurant de comida mexicana.


Un amigo puso un pequeño restaurant de comida mexicana.

Me invitan varias veces, pero solo termino yendo hoy, a cuatro meses de que lo hubiesen inaugurado.

Al parecer no le ha ido muy bien, pero no se queja y me invita, en cambio, a probar varias preparaciones.

Yo acepto.

Mientras, conversamos un rato.

Él me cuenta entonces sobre un par de monjas que vienen a diario a comer, vestidas con sus hábitos.

-Piden siempre comida picante –me cuenta-. Comida picante y con extra picante… Nunca las he visto hacer un gesto de desagrado o donde se demuestre que el picante les ha afectado…

-Ya –digo yo.

Así, vamos pasando sobre varios otros temas hasta que decido irme del lugar.

Justo entonces llegan las monjas.

Vestidas de negro, por supuesto... y pidiendo el plato más picante que tengan

Mi amigo las atiende, con naturalidad.

Yo observo.

No parecen rezar, ni cruzar palabras… Solo esperan el plato y luego comienzan a comer aquello que les llevó mi amigo.

Y claro… resulta ser cierto aquello de que no muestran, en su rostro, expresión alguna.

De esta forma, pasan unos veinte minutos… comen, pagan… y se van.

-Estoy seguro que esto es un enigma –comenta mi amigo-. Pero no consigo saber de qué enigma se trata…

-¿Y si no es en realidad un enigma? -digo yo.

Mi amigo se lo piensa un poco y luego comenta.

-Si no es un enigma habrá que inventarle uno… -dice simplemente.

Pero claro, justo entonces regresan las monjas.

Una de ellas pareciera que quiere decirnos algo.

Yo no creo que haya vuelto.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Despreciar (o no) la tv.


Wingarden decía que una de las cosas que más atrae de la televisión es que podemos despreciarla. Criticar su contenido, relacionarla con cierta decadencia cultural o hasta culparla del vacío existente en la formación del ciudadano promedio. Pero claro… dicho desprecio es al mismo tiempo lo que nos atrae y nos lleva a odiarla invariablemente cierta cantidad de horas al día.

Por otro lado, este mismo desprecio puede percibirse también, según Wingarden, desde el interior de la propia televisión, a partir de una serie de comentarios que cuestionan el rol y la jerarquía de este medio.

Así, podríamos identificar en ambas zonas de críticas, un fin último que es validarse individualmente como seres conscientes de las falencias de aquello que consumimos, más allá de que sigamos consumiéndolo –o hasta formando parte de ello-, según sea el caso.

Dicho esto, aclaro que el texto de Wingarden me llama la atención no por su propuesta –bastante obvia, según mi opinión-, sino por ciertas analogías que realiza al hablar del rol del televidente que critica.

Así, las comparaciones van desde lo que ocurre en relación a la política, a nuestro medio de trabajo y hasta referidas a lo que ocurre en nuestros pequeños grupos afectivos.

Con todo, la idea del desprecio es la que más queda en mi memoria. El desprecio como el elemento clave de la atracción por la televisión, me refiero.

Y es que al despreciar la televisión, el mismo desprecio se convierte en aquello que nos desplaza para no sentirnos despreciados. Suena confuso, pero me refiero a que pensamos que la televisión desprecia a otro tipo de televidentes… a esos que no desprecian la televisión, supuestamente y que la consumen por creer que satisface sus necesidades.

Eso dice Wingarden, claro.

Hoy, sin embargo, habiendo pasado casi dos décadas desde la escritura de las ideas antes señaladas, creo que ese grupo que consume la televisión creyendo que satisface sus necesidades, es prácticamente inexistente.

Pero claro, nuestro cinismo ha aumentado.

Así, podemos incluso despreciarnos a nosotros mismos a través de ese desprecio a la televisión, y fingir diciendo que no nos afecta mayormente.

Y claro, odiamos la televisión porque odiar la vida parece más dañino y menos sensato, en estos tiempos…

Con esto último, paradójicamente, transformamos la televisión en un instrumento totalmente indispensable para la regulación de nuestras propias frustraciones.

Y es que mientras más mierda nos parezca que contiene la televisión, menos llena de mierda nos parecerá nuestra vida.

La relación es simple, después de todo.

Simple, por supuesto... pero no sencilla.

sábado, 15 de noviembre de 2014

¿Sabías que ese hombre no está ahí?



-¿Sabías que ese hombre no está ahí? –dijo ella.

-¿Qué hombre… dónde…? –dijo él.

-El hombre ese, el animador del programa de concursos…

-Ah, ese…

-¿Acaso no estás frente al televisor?

-Sí… al frente… pero es que estaba pensando en otra cosa…

-Bueno, el punto es que no está ahí.

-¿Ahí dónde?

-En la tele… o sea, me refiero a que esos programas son grabados…

-Claro, casi siempre lo son…

-Puede ser, pero leía en una revista que grababan todos los programas de la semana en un solo día…

-¿Los cinco en un solo día?

-Sí… ¿te imaginas? Todos esos concursantes… montones de ganadores y perdedores en un solo día…

-Claro, si todo lo graban en un día…

-Sí, pero me refiero a que es absurdo saberlo… o me siento absurda al menos, sabiéndolo…

-¿Por qué absurda…?

-No sé bien… como que su suerte ya está echada… o sea, cuando los miro siento eso, al menos… como que les están mintiendo…

-¿Quién les está mintiendo?

-El animador… cuando miro el programa siento que ya está todo dicho…

-Pero en el momento en que están participando aún no saben…

-Claro, por eso te digo que es una sensación, no una certeza… como que siento un poco falso todo… hasta a los que ganan.

-¿Los que ganan…?

-Sí… o sea, los que ganan no están ganando nada… se ríen y se abrazan por nada… además el animador ni siquiera está ahí…

-Pero en ese momento estaba ahí.

-No sé… supongo que sí, pero cuando lo veo pareciese que tampoco está ahí… como que ya sabe que no está…

-Eso no es lógico.

-Puede ser, pero tampoco lo es sentarse frente al televisor y no estar viendo…

-…

-Lo que pasa es que no puedes entenderme porque no eres sensible… ¿te imaginas si nosotros mismos estamos existiendo solo días después, para otros…?

-¿Cómo voy a imaginarme eso?

-Intentándolo…

-…

-Imagínate… esta misma conversación no debiera importarnos… ni sufrir ni alegrarnos por cosa alguna… si hasta puede que ni siquiera estemos juntos cuando esto realmente suceda…

-…

-¿No te lo imaginas?

-No…

-Pero…

-Nosotros vivimos en vivo, eso creo.

-Pues yo no estoy segura.

-…

-…

-Mira, parece que ese va a ganar… -dijo entonces él.

-No entiendes nada –dijo ella, finalmente.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Una serpiente en mi bota.


Ya lo decía Woody, pero nadie le creyó: Hay una serpiente en mi bota.

Puede ser difícil de creer y hasta crear desconfianza, pero si lo piensan es justamente cosa de serpientes meterse ahí, donde nadie las llama.

En mi caso, al menos, siempre confié que no ocurriría, sobre todo por la falta de botas, pero los tiempos cambian y uno ya no puede valerse ni de las propias confianzas.

Así, ocurrió simplemente que una mañana miré dentro. No sé bien por qué, tal vez recordando la advertencia del vaquero ese. Y claro, la serpiente estaba allí, enroscada al fondo y dispuesta a acomodarse en cuanto uno metiera el pie.

Porque claro… ese es justamente el peligro de la serpiente en la bota: el poder acomodarse de forma perfecta junto a uno, y no descubrir su presencia hasta que es demasiado tarde.

Ahora bien, sobre los males y dificultades que esto conlleva podría enumerar varios, pero si soy sincero, no podría asegurar cuáles de dichos males provienen realmente de la serpiente y cuáles no.

Con todo, ciertos extravíos, y hasta ciertas mordeduras, no pueden sino atribuirse a esta situación y son aquellas las que me llevaban, un par de párrafos atrás, a considerar que la detección de su presencia podía ocurrir demasiado tarde.

Por lo mismo, esta entrada no tiene otra función más que invitarlo a usted a revisar su propia bota. Aunque este último sustantivo, por supuesto, puede usted cambiarlo por algún otro, debido a la movilidad de estos despreciados animales.

jueves, 13 de noviembre de 2014

El acto es simple.



El acto es simple.

Al alcance de cualquiera, me refiero.

Sin darte cuenta, incluso, lo haces.

Tan simple que a veces ni siquiera te percatas.

Tan simple que a veces olvidas hasta el nombre.

Tan simple que a veces lo sueñas y lo olvidas de inmediato.

En ocasiones, incluso, no se deja ni pensar.

Y el acto se escapa de las manos y se esconde en los rincones.

Y se queda ahí por un tiempo hasta volver, sin saber cómo, a nuestros propios rincones.

Y uno se siente más grande, o más profundo, cuando lo encuentra ahí otra vez.

Aunque también es cierto: el acto sigue siendo simple.

Tanto que hasta lo desechamos, a veces, ante otros más complejos.

Y evadimos el acto llamado a nacer.

Y cubrimos la semilla mientras cae la lluvia.

Y nos sentimos maduros e importantes y hasta elegimos las palabras para ordenar nuestro mensaje.

No sé si se entiende, decimos.

Y volvemos a vagar por ahí con la acción esa en el fondo de un bolso.

Se enreda así con llaves olvidadas.

Y a veces por el sonido… y a veces por sorpresa simplemente…

Y las llaves sirven para encontrar otros momentos.

Y a veces el corazón se agita de sorpresa por una leve acción que creímos olvidada.

No sé si se entiende, decimos.

Pero entender no siempre es necesario.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Algunas bestias defienden sus jaulas.



Algunas bestias defienden sus jaulas. Gruñen, amenazan o simplemente atacan cuando te acercas a ellas. Siempre pensé que era solo por el espacio propio o por aquello que te dicen sobre el marcar territorio y ese tipo de ideas. Sin embargo, recuerdo que tras un periodo largo visitando un zoológico, una chica que trabajaba ahí me aseguraba que la protección no era solo en relación al territorio, sino que existía un especial recelo por la jaula, como objeto. Ella decía comprobarlo, por ejemplo, alterando de cierta forma los barrotes, o intentando pequeñas modificaciones que eran siempre evitadas con vehemencia por parte del animal correspondiente. Así, incluso cuando el animal había estado fuera –por atención médica u otras situación especial-, existía un especial recelo de dichos animales al regresar a sus jaulas revisando que no se hubiesen producido modificaciones en ellas, pero dejando de lado, incluso, la revisión de su espacio interior. Y es que más allá de las restricciones de espacio y las precarias condiciones en que suelen encontrarse algunos animales -me intentaban explicar en ese tiempo-, la defensa de la jaula viene a ser similar a la defensa de la casa por parte de los hombres, más allá, también, de las precarias condiciones en que se pueda vivir o las inconformidad general que tengamos con nuestra vivienda. Con todo, pienso ahora, el absurdo es mayor con los animales puesto que su jaula ni siquiera les es propia, y la situación entonces me parece más similar a la de aquellos que son capaces de llegar a morir defendiendo un espacio que ni siquiera les pertenece… o defendiendo valores, si se quiere, o hasta luchando por creencias que, en el fondo, solo delimitan nuestro espacio de acción. Y es que tal como se dijo en un inicio: algunas bestias defienden sus jaulas. Gruñen, amenazan o simplemente atacan… Así, puede ocurrir incluso que ciertas bestias desconozcan su capacidad de crecer hasta sobrepasar el tamaño de sus jaulas. Por lo mismo, son incapaces de comprender que pueden llegar a morir, incluso, en su propio espacio de seguridad. 

martes, 11 de noviembre de 2014

Sillas en las calles.



Sillas en las calles.

Veo sillas en las calles.

Todos pasan entre ellas como si estuviesen ahí desde siempre.

Nadie dice nada al respecto.

Unas junto a otras, en las calles.

Ni nuevas ni inservibles.

Simplemente están ahí, una junto a otras, como esperando algo.

Los transeúntes las esquivan.

Incluso con la mirada, las esquivan.

Nadie deja nadie sobre ellas.

De vez en cuando se ve una bajo la acera, pero los autos también las evaden, con cuidado.

No lo pinta Magritte.

No lo sueña de Chirico.

No están en venta ni son parte de un proyecto de arte contemporáneo.

Me intrigan.

Busco información en los diarios.

Intento sacar el tema indirectamente en conversaciones con vecinos.

Nadie parece reparar en aquello.

Y claro… me avergüenzo de preguntar abiertamente por algo que parece existir de una forma obvia, ahí afuera.

Entonces, tomo un cuaderno y vuelvo a las calles.

Sin que se note voy haciendo un mapa donde ubico estas sillas, marcando con símbolos.

Pero claro… no reconozco ningún patrón en esas marcas.

Así, cansado, observo estas sillas donde nadie se sienta… y lo pienso…

¿Pasará algo si me siento en una de ellas?

Me acerco hasta una que le llega sombra.

La observo de reojo.

Me fijo en el camino, por si viene alguien.

Parece fácil… pero no me decido.

Me quedo ahí, junto a una silla.

Mis pies se entumecen y parecen de madera.

Intento entonces, volver a casa.

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