sábado, 29 de noviembre de 2014

Cajas.


Pasó hace más de doce años.

Es una historia que revela mi egoísmo, pero igual la cuento.

Recién armaba mi biblioteca.

Había una liquidación impresionante en la bodega de una librería que había quebrado.

Aún no se corría la voz entre vendedores así que estaba prácticamente todo.

Todo lo que no se vendía y que por lo general era lo mejor.

Precios rebajado en un 90% aproximadamente.

Y yo con algo de dinero por trabajos esporádicos y un dinero ahorrado para emergencias.

Conversé harto con un vendedor que me permitió pasar directamente a la bodega.

Ahí sí que estaba todo.

Un poco dañadas algunas cosas, o tristemente apiladas, pero estaba todo.

Separé los griegos, algunos latinos, varias novelas de caballería.

Recuerdo que fui por orden cronológico.

También vi alguna enciclopedia a un precio ridículamente bajo.

Diccionarios especializados, libros de filosofía, libros de arte.

Un gran número de novelas y antologías de relatos.

Todo estaba por primera vez a mi alcance.

Comencé a separar.

A sacar cuentas.

Se hizo de noche.

Ya habían cerrado, pero un tipo se quedó haciendo cajas que dejaba a un costado.

Pagué.

Esperé a que el tipo apagara las luces y sacamos en varios viajes las cajas.

Todo quedó apilado fuera de la bodega, en la vereda.

El tipo se subió a una moto y se fue.

Yo me quedé ahí, a oscuras, con las cajas.

Eran cinco cajas grandes e increíblemente pesadas.

Por esa calle no pasaba locomoción y yo no tenía en qué llevar todo aquello.

Era un detalle estúpido, pero importante.

Durante una hora avancé llevando de a una caja cinco metros y luego volvía por otra.

Entonces empezó a granizar, de improviso.

Luego comenzó a llover.

La poca gente que aún se veía se redujo a cero.

Por otro lado, había calculado el dinero justo para el micro, nada más.

Busqué un alero y logré disminuir una caja entera, pasando libros a mi mochila y metiendo otros en alguna caja en la que hubiese quedado un espacio mínimo.

Finalmente me decidí a pasar la noche ahí, junto a las cajas.

Llegaron un par de perros.

Un tipo vino a asaltarme, pero al abrir las cajas y ver libros desistió de ese botín.

En cambio, se llevó mi chaqueta y las zapatillas.

El agua caía un tanto de costado y mojaba levemente las cajas.

Entonces dejó de llover y empezó el frío.

Poco antes que amaneciera seguí avanzando con las cajas, para no entumecer.

En el primer negocio que abrió logré que el vendedor me comprase la enciclopedia, que llenaba una caja entera.

Con el dinero pagué un taxi.

Cuando volví dejé las cajas junto a mi cama.

Hice café y me saqué la ropa húmeda.

Había perdido parte del botín, pero de todas formas me sentía el hombre más rico del mundo.

Tenía sueño y al parecer me había resfriado, pero recuerdo que abrí las cajas y me decidí por uno de la McCullers.

Era El corazón es un cazador solitario.

Terminé de leerlo varias horas después.

Debo haber tenido fiebre.

Volvió a hacerse de noche.

Ha sido una de las experiencias más hermosas que recuerdo.

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