domingo, 16 de noviembre de 2014

Despreciar (o no) la tv.


Wingarden decía que una de las cosas que más atrae de la televisión es que podemos despreciarla. Criticar su contenido, relacionarla con cierta decadencia cultural o hasta culparla del vacío existente en la formación del ciudadano promedio. Pero claro… dicho desprecio es al mismo tiempo lo que nos atrae y nos lleva a odiarla invariablemente cierta cantidad de horas al día.

Por otro lado, este mismo desprecio puede percibirse también, según Wingarden, desde el interior de la propia televisión, a partir de una serie de comentarios que cuestionan el rol y la jerarquía de este medio.

Así, podríamos identificar en ambas zonas de críticas, un fin último que es validarse individualmente como seres conscientes de las falencias de aquello que consumimos, más allá de que sigamos consumiéndolo –o hasta formando parte de ello-, según sea el caso.

Dicho esto, aclaro que el texto de Wingarden me llama la atención no por su propuesta –bastante obvia, según mi opinión-, sino por ciertas analogías que realiza al hablar del rol del televidente que critica.

Así, las comparaciones van desde lo que ocurre en relación a la política, a nuestro medio de trabajo y hasta referidas a lo que ocurre en nuestros pequeños grupos afectivos.

Con todo, la idea del desprecio es la que más queda en mi memoria. El desprecio como el elemento clave de la atracción por la televisión, me refiero.

Y es que al despreciar la televisión, el mismo desprecio se convierte en aquello que nos desplaza para no sentirnos despreciados. Suena confuso, pero me refiero a que pensamos que la televisión desprecia a otro tipo de televidentes… a esos que no desprecian la televisión, supuestamente y que la consumen por creer que satisface sus necesidades.

Eso dice Wingarden, claro.

Hoy, sin embargo, habiendo pasado casi dos décadas desde la escritura de las ideas antes señaladas, creo que ese grupo que consume la televisión creyendo que satisface sus necesidades, es prácticamente inexistente.

Pero claro, nuestro cinismo ha aumentado.

Así, podemos incluso despreciarnos a nosotros mismos a través de ese desprecio a la televisión, y fingir diciendo que no nos afecta mayormente.

Y claro, odiamos la televisión porque odiar la vida parece más dañino y menos sensato, en estos tiempos…

Con esto último, paradójicamente, transformamos la televisión en un instrumento totalmente indispensable para la regulación de nuestras propias frustraciones.

Y es que mientras más mierda nos parezca que contiene la televisión, menos llena de mierda nos parecerá nuestra vida.

La relación es simple, después de todo.

Simple, por supuesto... pero no sencilla.

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