jueves, 13 de noviembre de 2014

El acto es simple.



El acto es simple.

Al alcance de cualquiera, me refiero.

Sin darte cuenta, incluso, lo haces.

Tan simple que a veces ni siquiera te percatas.

Tan simple que a veces olvidas hasta el nombre.

Tan simple que a veces lo sueñas y lo olvidas de inmediato.

En ocasiones, incluso, no se deja ni pensar.

Y el acto se escapa de las manos y se esconde en los rincones.

Y se queda ahí por un tiempo hasta volver, sin saber cómo, a nuestros propios rincones.

Y uno se siente más grande, o más profundo, cuando lo encuentra ahí otra vez.

Aunque también es cierto: el acto sigue siendo simple.

Tanto que hasta lo desechamos, a veces, ante otros más complejos.

Y evadimos el acto llamado a nacer.

Y cubrimos la semilla mientras cae la lluvia.

Y nos sentimos maduros e importantes y hasta elegimos las palabras para ordenar nuestro mensaje.

No sé si se entiende, decimos.

Y volvemos a vagar por ahí con la acción esa en el fondo de un bolso.

Se enreda así con llaves olvidadas.

Y a veces por el sonido… y a veces por sorpresa simplemente…

Y las llaves sirven para encontrar otros momentos.

Y a veces el corazón se agita de sorpresa por una leve acción que creímos olvidada.

No sé si se entiende, decimos.

Pero entender no siempre es necesario.

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