viernes, 14 de noviembre de 2014

Una serpiente en mi bota.


Ya lo decía Woody, pero nadie le creyó: Hay una serpiente en mi bota.

Puede ser difícil de creer y hasta crear desconfianza, pero si lo piensan es justamente cosa de serpientes meterse ahí, donde nadie las llama.

En mi caso, al menos, siempre confié que no ocurriría, sobre todo por la falta de botas, pero los tiempos cambian y uno ya no puede valerse ni de las propias confianzas.

Así, ocurrió simplemente que una mañana miré dentro. No sé bien por qué, tal vez recordando la advertencia del vaquero ese. Y claro, la serpiente estaba allí, enroscada al fondo y dispuesta a acomodarse en cuanto uno metiera el pie.

Porque claro… ese es justamente el peligro de la serpiente en la bota: el poder acomodarse de forma perfecta junto a uno, y no descubrir su presencia hasta que es demasiado tarde.

Ahora bien, sobre los males y dificultades que esto conlleva podría enumerar varios, pero si soy sincero, no podría asegurar cuáles de dichos males provienen realmente de la serpiente y cuáles no.

Con todo, ciertos extravíos, y hasta ciertas mordeduras, no pueden sino atribuirse a esta situación y son aquellas las que me llevaban, un par de párrafos atrás, a considerar que la detección de su presencia podía ocurrir demasiado tarde.

Por lo mismo, esta entrada no tiene otra función más que invitarlo a usted a revisar su propia bota. Aunque este último sustantivo, por supuesto, puede usted cambiarlo por algún otro, debido a la movilidad de estos despreciados animales.

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