domingo, 21 de diciembre de 2014

Olvidé decir.


Olvidé decir que el día anterior ella había visto un platillo volador. O mejor dicho: ella había pensado que había visto un platillo volador.

Lo aclaro no porque piense que sea falso sino porque ella misma se puso en duda el día de hoy, mientras volvía a contar su anécdota.

Y es que era tan extraño llevar a palabras eso que había vivido que apenas se escuchó decirlo sintió que engañaba a los otros, así que se apresuró a sembrar la duda:

Quizá me haya confundido, señaló.

Entonces probó a contar la historia a su círculo más íntimo, que para ella estaba reducido a su hijo de 8 años y a su madre, a quien visitaba los domingos.

Tras la narración, su hijo se rio y su madre la miró de forma extraña.

Quizá me haya confundido, volvió a decir, antes de cambiar el tema.

Esa misma tarde –hace unas horas, para ser exacto-, ella se quedó sola en casa, mientras el niño había ido con su madre a una feria navideña que estaba unas calles más arriba.

Así, mientras estaba sentada frente a la televisión encendida, ella se dio cuenta –o creyó darse cuenta, más bien-, que las cosas dichas en voz alta hacían surgir una duda amarga, dentro de ella.

Fue entonces que comenzó a decir en voz alta toda una serie de cosas que hasta antes de decirlas así –en voz alta y a solas, para ser preciso-, nunca había puesto en duda:

Creo en Dios. Amo a mi hijo. La alegría es buena… por ejemplo.

Horas después –en este mismo instante para hablar con exactitud-, ella conduce de regreso al departamento en el que vive junto a su hijo.

Olvidé decir, por cierto, que esta misma tarde, ella lloró un poquito.

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