miércoles, 18 de febrero de 2015

(No) encender un fósforo.



Ella cuando está triste
enciende un fósforo.

Por lo general deja que se consuma,
pues no le da el ánimo,
ni para apagarlo.

Con todo,
confiesa que la quemadura que deja el fósforo
al consumirse y tocar la piel
la hace reaccionar de alguna forma
y le da risa incluso,
por lo tonto que es, según ella,
haber estado triste.

Él la escucha y se molesta entonces
pues aquello le parece una actitud cobarde…
eso es escapar mientras arrojas el fósforo,
le dice,
pues tampoco se alcanza a consumar la quemadura,
y entonces se produce incluso
un escape doble.

Ella parece dolida por esas palabras
y alega que dejar el fósforo hasta el final
solo produce un daño innecesario,
lo cual es aún más tonto
que haber estado triste.

Yo, en tanto,
en medio de la discusión,
estoy intentando ver la forma de escaparme,
pues siento que ya llegó el momento
donde empiezan esas supuestas reflexiones
que no conducen
a ningún sitio.

Digo ciertas palabras de rigor,
invento una excusa para una fecha próxima,
y me largo del lugar pensando en que me gustan más
los fósforos sin encender
y la gente socialmente silenciosa.

Por otro lado,
como a pesar de todo
no soy mejor que esa pareja,
llego hasta mi cuarto y escribo unas palabras,
para no encender un fósforo.


Así quemamos la vida.

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